¡Insuperable! El último sainete de la política española celebrado en el
Congreso de Diputados no tiene desperdicio. Da para escribir un libro sobre la
decadencia de la democracia en Occidente. En esta columna solo tengo espacio
para fijarme en la primera de las anomalías, la madre del cordero
El objetivo de la sesión parlamentaria era convalidar el decreto ley sobre la
Reforma Laboral aprobada por el Gobierno. El Congreso había de convalidarlo por
mayoría absoluta para evitar la discusión parlamentaria.
Algo chirría en mi mente. Abro la Constitución española y leo en el
artículo 66: “Las Cortes Generales (Congreso y Senado) ejercen la potestad
legislativa del Estado”. El art. 86 matiza: “En caso de extraordinaria y
urgente necesidad, el Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas
provisionales que tomarán la forma de Decretos Leyes”.
La figura del decreto ley ha ido ganando protagonismo con el paso del
tiempo. En los dos últimos años la excepción se ha convertido en norma. El Gobierno es quien
legisla. Y no por razones de urgencia sino de conveniencia. Una manera sibilina
de acallar a la oposición.
¿Y cómo justificar el sueldo de tantos los diputados? Les pondremos a hacer
de jueces. Nombraremos comisiones para juzgar de todo lo humano y lo divino, del
presente y del pasado. El veredicto de estas comisiones carece de valor jurídico,
pero sirven para desgastar al adversario. El riesgo de que el tiro salga por la culata es mínimo; en cada
comisión los diputados afines al Gobierno son mayoría.
Algunos dirán que es la única forma de poner orden en esa jaula de
grillos generada cada cuatro años por nuestro sistema electoral. Mi respuesta:
cambiemos la ley electoral hacia un sistema de proporcionalidad estricta y
doble vuelta. ¡Hagamos el sistema gobernable sin necesidad convertir el
Parlamento en un teatro donde los actores principales son la hipocresía y el
soborno.