lunes, 10 de enero de 2022

Cuando el error está en la fórmula

 

Las autoridades europeas están convencidas que la fórmula utilizada para fijar el precio de la electricidad es eficiente y justa. Refuerza la regla de oro de la teoría microeconómica, al acercar los precios a unos costes marginales crecientes. La explosión de los precios de la electricidad en el 2021, concluyen, obedecería a anomalías climatológicas de difícil repetición.

¡Niego la mayor! La fórmula representa una aplicación equívoca de la teoría marginalista de Alfred Marshall (1910) quien, a su vez, malinterpretó a David Ricardo (1814). Todo por conseguir funciones de oferta con pendiente positiva. Ricardo afirmó que la competencia ajustaba los precios industriales al coste medio de producción de las empresas más eficientes del sector. En ausencia de cambios tecnológicos, este ajuste se traduciría en curvas horizontales de oferta. Los precios agrícolas constituyen la excepción que confirma la regla. Subirán si, para satisfacer una demanda creciente de alimentos, han de utilizarse tierras de peor calidad. En las explotaciones agrícolas marginales, el precio del trigo cubriría los costes y beneficios normales. Las tierras más productivas obtendrían beneficios extraordinarios que se traducirían en mayores rentas y precios de las tierras.

La fórmula europea para fijar el precio del kWh solo sería correcta si toda la electricidad proviniese de una sola fuente y técnica, digamos, la hidráulica. Al aumentar la demanda de electricidad habría de recurrirse a saltos de peor calidad con el consiguiente aumento de costes y precios. Pero esto no es lo que estamos haciendo. Con el aumento de la demanda eléctrica pasamos de las fuentes más baratas (renovables y nuclear), a las más caras (centrales de gas y ciclos combinados). Las pocas empresas que dominan el mercado eléctrico obtendrán beneficios normales en estas últimas y beneficios extraordinarios en las primeras. ¡Un negocio redondo bendecido por una fórmula pseudocientífica!

Si de verdad creyésemos en el mercado y le dejáramos funcionar, los procedimientos actuales y los resultados a medio plazo serían muy diferentes. Los consumidores de electricidad contratarían para todo el año al precio más bajo posible. Las empresas generadoras de electricidad multiplicarían la potencia instalada de renovables y nucleares (con el obligado cumplimiento de la normativa medioambiental, por supuesto). Desaparecerían las plantas basadas en la quema de combustibles fósiles a no ser que fueran capaces de reducir a la mitad sus costes y emisiones.

Lo peor de la fórmula actual es que trasmite incentivos inadecuados. ¿Para qué invertir en las fuentes más eficientes y seguras si el Gobierno asegura demanda para todas?  ¿Para qué esforzarse en reducir el coste unitario si hay una fórmula que liga el precio al coste de la unidad más cara! 

La Tribuna de Albacete (10/01/2022)