En el gran teatro del mundo, el escenario principal lo llena la política. El objetivo, casi único, de nuestros políticos es ganar las próximas elecciones para llegar al poder, acumular más poder y perpetuarse en el poder. La estrategia dominante consiste en seducir a los votantes con promesas tan maravillosas como irreales. A la oposición, ni agua.
La ley de Reforma Laboral gestada a lo largo del
2021es un buen ejemplo del teatro en el que hemos convertido la democracia. “Derogar
la ley laboral del PP” pasó a ser un objetivo prioritario desde el primer día
de la coalición gubernamental PSOE-UP. La rivalidad del contubernio translucía
en la pugna por atribuirse todas y cada una de las propuestas de desguace. Nadia
Calviño aprovechó sus contactos con la UE para advertir del abismo al que
abocaban las propuestas de sus socios comunistas. Yolanda Díez (UP-IU) viajó a
Roma para obtener la bendición papal a una ley que promovía la dignidad de los
trabajadores y el trabajo de calidad.
Desde un primer momento la artillería pesada se
lanzó contra el PP. En el tramo final le han recordado que de no votar a favor
de la reforma quedará retratado como un partido antisistema. Los populares reprochan
que no se les hubiera invitado desde el principio y se congratulan de que sigan
en pie las columnas de su ley laboral. Recuerdan que es la que más empleo ha
creado en España mientras que el PSOE solo crea empleo para políticos afines y
funcionarios.
Los sindicatos, felices de haber recuperado el
protagonismo que les confería la negociación colectiva. La patronal disimula la alegría de
que esa negociación tenga prohibido tocar los temas más conflictivos:
contratación y despido.
¡Por fin hemos conseguido el consenso que deja a
todos los agentes sociales y políticos felizmente enfrentados! Mientras tanto,
España seguirá ocupando los primeros puestos mundiales en tasas de desempleo y
precariedad laboral.
La Tribuna de Albacete (17/01/2022)