En 1835 Alexis de Tocqueville escribió “Democracia en América”. Un clásico de la literatura política y sociológica. El autor destaca el sustrato favorable suministrado por los valores admirados por la sociedad americana: la libertad religiosa, de educación y de expresión en lo social, la iniciativa privada en lo económico y el amor por la democracia y la patria en lo político. Suficientes para armar una Constitución donde el Estado era el primer obligado en respetar las libertades personales. Y así fue, con la ignominiosa excepción de la esclavitud. Nada que ver con el confesionalismo de Inglaterra ni con el laicismo liberticida de su país natal, Francia.
¿Qué
conclusiones podemos sacar 185 años después de la obra de Tocqueville y 233
después de la Constitución americana? Ante todo, una profunda admiración por su
estabilidad democrática. Desde que George Washington firmó el cargo como primer
Presidente de los EE.UU. ha habido elecciones cada cuatro año, el primer martes
después del primer domingo de noviembre. Vergüenza para nosotros, los españoles
que en cuatro años hemos debido tenido cuatro elecciones generales.
Para
asegurar esta estabilidad política los americanos diseñaron un sistema de
contrapesos de poderes. A resaltar la independencia judicial en cuya cúspide se
asienta el Tribunal Constitucional. También un sistema federal que da voz y
voto, en sus respectivas esferas competenciales, a cada uno de los 50 estados
federados.
No menos
importante para la estabilidad es una ley electoral que apuesta claramente por
el bipartidismo. Las diferencias entre grupos de izquierda y grupos de derecha
se liman antes de la gran cita electoral de noviembre El partido que consiga la
mayoría tendrá cuatro años para ejecutar su programa. Pasado ese tiempo los
ciudadanos le juzgarán por lo que haya hecho y dejado de hacer. Los líderes de
cada partido saben que para ganar las elecciones hay que atraer a los
ciudadanos normales y corrientes que pueblan el centro político. No les queda
más remedio que ofrecer un programa sensato que salvaguarde los grandes valores
de la sociedad americana ya enunciados. Si un presidente se porta tan mal tan mal que merece la expulsión ("impeachment"), le sucederá el vicepresidente (de su propio partido).