El primer epígrafe de mi curso de Introducción a la Economía estudia “las necesidades humanas, los bienes para satisfacerlas y las formas de organizar su prestación”. La educación me brinda un buen ejemplo. ̶ “Supongo, digo a mis alumnos, que todos estaréis de acuerdo en que la educación básica ha de ser universal y gratuita, y que los centros educativos han de procurar el máximo de calidad y de neutralidad ideológica. Enseñanza gratuita, de calidad y pluralista. ¿Añadiríais algo más?” Rápidamente se levantan varias manos para rematar: —“… y pública”. Yo aprovecho para meter el dedo en la llaga: —“¿Y si se comprueba que la competencia entre centros públicos y privados estimula la calidad educativa tal y como ocurre en el resto de los sectores? ¿Y si se demuestra que la diversidad de ofertas educativas es la mejor salvaguarda del pluralismo ideológico y político, tal y como ocurre en los medios de comunicación?”
Los políticos miedosos y totalitarios aspiran al monopolio
de la educación. Es la manera de proteger su parcela de poder al tiempo que colonizan el sistema de valores de sus futuros votantes. Los políticos que de
verdad valoran el pluralismo procuran la diversidad de centros docentes
con solo dos condiciones: que justifiquen unos resultados académicos satisfactorios
y que respeten los derechos fundamentales de la persona. Esa misma preocupación
debiera estar presente en los colegios públicos. Si las autoridades que los gobiernan consideraran oportuno introducir una asignatura de valores, debieran acompañarla de alternativas y respetar escrupulosamente la libertad a los padres para elegir el tipo de
valores que desean para sus hijos.