domingo, 31 de mayo de 2020

Economía de Guerra


  En 1961 R. Peackock y J. Wiseman escribieron “El crecimiento del gasto público en el Reino Unido”. La tesis defendida en el libro es que en todos los países y épocas  ha existido una demanda latente de más gasto público pues las necesidades sociales son ilimitadas y las de los políticos también. El único freno efectivo es el temor a la sublevación de los ciudadanos-contribuyentes. Esta resistencia se relajaba en tiempos de guerra, único momento donde se permitía un déficit importante financiado con deuda pública. Una parte de esta deuda era monetizada y resultaba en inflación, el más injusto de los impuestos. El resto se financiaba con aumentos de los tipos impositivos que, ahora sí, parecían justificados e inevitables. Por esta vía, la presión fiscal fue escalando del 10% del PIB al 20, 30, 40%... ¡Y ya nunca bajó! Los políticos pronto encontraron nuevos motivos para gastar y cautivar el voto de los beneficiarios. Los funcionarios, por su parte, se encargaron de mantener sus puestos, aunque desapareciera la necesidad que en algún momento los justificó.
      A efectos presupuestarios, la pandemia del coronavirus equivale a la tercera guerra mundial.  En algunos países el gasto público, habrá de duplicarse para atender las nuevas necesidades sanitarias y sociales. Para eso tenemos al Estado, dicen, y no les falta razón. El problema no está en el hoy, sino en el mañana y, sobre todo, el pasado mañana. ¿Podrá aumentarse el gasto público en unos países que ya parten de unos niveles prohibitivos de presión fiscal (más del 40%) y endeudamiento (más del 100%)? ¿Y cómo diseñar la estrategia para que la respuesta intervencionista a una situación excepcional no se convierta en permanente? Mi temor es que dentro de unos años un tercio de la población española esté atrapado en una maraña de subsidios y que otro tercio sean los funcionarios que gestionan una economía de subsistencia.

La Tribuna de Albacete (02/06/2020)