domingo, 17 de mayo de 2020

Confinar a los padres


           La nueva Ley de Educación, que el Gobierno quiere imponer a las bravas, confinará a nuestros hijos en las aulas de educación afectivo-sexual de los 3 a los 17 años. Para que el experimento funcione, los padres han de quedar confinados en sus hogares, no sea que protesten o pidan explicaciones. Así lo justifica Miguel Ángel Arconada, en una entrevista en Educaweb, un blog de referencia del Ministerio de Educación.  “Sabemos que las familias no se ocupan de la educación afectivo sexual (…) La escuela es el espacio privilegiado, muchas veces el único, en que nuestro alumnado recibirá una educación afectivo-sexual (…) El profesorado habitual debe ser el principal agente de la educación afectivo-sexual, recibiendo formación especializada para ello (…) Las familias no son dueñas de poner ningún burka ideológico”.
     Afortunadamente para padres e hijos, estos proyectos están abocados al fracaso; un fracaso final que no nos libra de daños colaterales a lo largo del camino. A pesar de lo que se afirma en la entrevista, la educación moral y afectiva no es una materia como las matemáticas que pueda enseñarse en el aula a razón de dos, cuatro u ocho horas semanales. Se trasmite en la convivencia diaria a través de buenos ejemplos y palabras oportunas en el momento oportuno. ¿Alguna institución podrá competir con la familia en este terreno?   
        Sin títulos educativos, los padres rebosan de esa sabiduría que fluye del amor. Un profesor puede enseñar matemáticas aunque el alumno le importe un rábano; difícilmente influirá en sus valores si no le estima. Ese amor es, precisamente, el que llevará a los padres a sacar a su hijo del aula cuando advierta que le están maleando o robándole la infancia. Ese amor les llevará también a asesorarse con personas e instituciones de su confianza. Confianza y libertad de elegir, estas son las dos palabras que no pueden faltar en la educación moral.
         Toda libertad, incluida la educativa, implica responsabilidad. Los padres gozan y sufren a diario las consecuencias de las buenas y malas conductas de sus hijos. Responden de ellas ante la sociedad e incluso ante los tribunales. ¿Quién se responsabilizará del fracaso escolar y las pasiones violentas de unos chicos que salen de las aulas de educación afectivo-sexual obsesionados por el sexo y empoderados para hacer lo que les apetezca?
La Tribuna de Albacete (18/05/2020)