La nueva Ley
de Educación, que el Gobierno quiere imponer a las bravas, confinará a nuestros
hijos en las aulas de educación afectivo-sexual de los 3 a los 17 años. Para
que el experimento funcione, los padres han de quedar confinados en sus
hogares, no sea que protesten o pidan explicaciones. Así lo justifica Miguel Ángel
Arconada, en una entrevista en Educaweb, un blog de referencia del Ministerio
de Educación. “Sabemos que las familias
no se ocupan de la educación afectivo sexual (…) La escuela es el espacio
privilegiado, muchas veces el único, en que nuestro alumnado recibirá una educación
afectivo-sexual (…) El profesorado habitual debe ser el principal agente de la
educación afectivo-sexual, recibiendo formación especializada para ello (…) Las
familias no son dueñas de poner ningún burka ideológico”.
Afortunadamente para padres
e hijos, estos proyectos están abocados al fracaso; un fracaso final que no nos
libra de daños colaterales a lo largo del camino. A pesar de lo que se afirma
en la entrevista, la educación moral y afectiva no es una materia como las matemáticas
que pueda enseñarse en el aula a razón de dos, cuatro u ocho horas semanales. Se
trasmite en la convivencia diaria a través de buenos ejemplos y palabras
oportunas en el momento oportuno. ¿Alguna institución podrá competir con la
familia en este terreno?
Sin títulos educativos, los padres rebosan de
esa sabiduría que fluye del amor. Un profesor puede enseñar matemáticas aunque
el alumno le importe un rábano; difícilmente influirá en sus valores si no le estima.
Ese amor es, precisamente, el que llevará a los padres a sacar a su hijo del aula
cuando advierta que le están maleando o robándole la infancia. Ese amor les llevará
también a asesorarse con personas e instituciones de su confianza. Confianza y
libertad de elegir, estas son las dos palabras que no pueden faltar en la educación moral.
Toda libertad, incluida la
educativa, implica responsabilidad. Los padres gozan y sufren a diario las
consecuencias de las buenas y malas conductas de sus hijos. Responden de ellas
ante la sociedad e incluso ante los tribunales. ¿Quién se responsabilizará del
fracaso escolar y las pasiones violentas de unos chicos que salen de las aulas
de educación afectivo-sexual obsesionados por el sexo y empoderados para hacer
lo que les apetezca?
La Tribuna de Albacete (18/05/2020)