miércoles, 30 de abril de 2014

Dos papas unidos por la paz

No hay paz sin justicia, ni justicia sin perdón


El domingo 27 de abril la Iglesia canonizó a Juan XXIII y a Juan Pablo II. Los contrastes entre ambas personalidades destacan más que los parecidos. El primero latino, el segundo eslavo. El primero no salió de Roma durante su breve pontificado, el segundo realizó 104 viajes internacionales en el segundo pontificado más largo de la historia… y así sucesivamente. Buscando un factor común el Papa Francisco habló de dos “hombres valerosos que no se abrumaron frente a las tragedias del siglo XX”. Escapando del pesimismo reinante en la iglesia y en la sociedad, los dos pontífices lanzaron a los cuatro vientos un mensaje de paz, cimentado en el respeto a los derechos humanos y transmitido de generación en generación a través de la familia. Francisco definió a Juan Pablo II como el “Papá de la familia” que es, precisamente, el lugar donde se cultivan las virtudes que facilitan la paz duradera.
La encíclica fundamental de Juan XXIII lleva por título: Pacem in Terris y por subtítulo: “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”.  Para entender la encíclica a fondo hay que retrotraerse al año de su publicación (1963). La Guerra Fría, reflejada en el muro de Berlín, parecía hervir. Crisis de los misiles en Cuba que a punto estuvo de prender un conflicto nuclear entre la URSS y los EE.UU. Guerra de Vietnam que cada día llevaba a la pequeña pantalla el conflicto entre las dos superpotencias. Con la sencillez que le caracterizaba, Juan XXIII urgió que se frenara la carrera armamentista y desmontar el arsenal atómico que ya por entonces podía destruir cualquier país en 24 horas. John F. Kennedy, Nikita Kruschef y U. Than (presidente de la ONU) manifestaron al momento su deseo de trabajar en esa dirección. ¡Algo es algo!
Cuatro años después, Pablo VI escribe la Encíclica Populorum Progressio. "El progreso socioeconómico, explica el Pontífice, es el nuevo nombre de la paz”. Está no puede florecer en un mundo donde la brecha entre países ricos y pobres continúa agrandándose. Los políticos y economistas de occidente deben poner en marcha mecanismos de desarrollo en el Tercer Mundo antes de que sus habitantes, aguijoneados por el hambre, se abalancen sobre nosotros. Las noticias diarias sobre personas encaramadas en las vallas de Ceuta y Melilla o de las pateras atracadas en las costas de Canarias o Lampedusa, dan valor profético a sus advertencias.
Juan Pablo había sufrido en carne propia los horrores de la guerra  y de la represión política. Primero bajo las botas de los nazis que invadieron Polonia en 1939. Después de los comunistas que sojuzgaron su país hasta la caída del muro de Berlín en 1989. Su contribución a la caída de ese muro es impagable. Las palabras más emotivas del pontífice polaco acostumbraban a oírse en los mensajes anuales del Día Mundial de la Paz y en las audiencias al Consejo Pontificio de Justicia y Paz. En los innumerables mensajes a las familias recordó que el espíritu la paz se aprende en familias enraizadas en el amor, que es algo más serio y firme que los caprichos pasajeros del sentimiento.
         “La guerra es siempre una derrota de la humanidad” dijo el Papa polaco  en cierta ocasión y volvería a repetir hoy ante la crisis de Ucrania. “No hay paz sin justicia, ni hay justicia sin perdón” repetiría hoy a los españoles que, sesenta años después, todavía no han superado el síndrome de la Guerra Civil. Un bando pretende exhumar a sus muertos al tiempo que entierran la Ley de Amnistía Política de 1977, ejemplo donde los haya de la capacidad de concordia del ser humano. Otro bando se resiste a perdonar a los asesinos etarras incluso después de haber cumplido la parte de la condena prescrita por la ley. A unos y otros les recordaría que la justicia y la misericordia son elementos diferentes pero que juntos constituyen la mejor argamasa para la paz duradera. 

La Tribuna de Albacete (30/04/2014)