Es imposible que prospere la UE
si la concebimos como un juego de suma cero
donde las ganancias de un Estado se
logran a expensas del otro
El próximo
25 de mayo tendrán lugar las elecciones europeas para elegir las personas que
han de representarnos en el Parlamento Europeo. Con sus 766 diputados es el
mayor parlamento del mundo, después del de la India. Es, por otra parte, la
única institución europea elegida directamente por los ciudadanos. ¡Lástima que
tenga unas funciones tan escasas y borrosas!
Me gustaría
que los parlamentarios elegidos fueran a Estrasburgo con un mandato
prioritario: constituir la UE para hacerla más democrática y eficaz. Este
mandato equivale a redactar una Constitución propiamente dicha, que es algo
distinto que la acumulación de tratados dictados bajo la presión de las circunstancias puntuales. El primer conato de Constitución fracasó hace 10 años. No me
extraña. A la mayoría de los europeos se les hacía difícil digerir un texto de
cuatrocientos artículos. Si a los EE.UU. de América les bastaron trece artículos
para fundar un Estado Federal, no seremos capaces de consensuar el puñado de
principios que marcan las pautas de una Confederación de Estados Europeos?
El primer
artículo declararía que la UE se constituye como una Confederación de Estados.
Esto significa (presten atención los políticos ingleses) que quien se encuentre
a disgusto tiene las puertas abiertas para marcharse, pero si decide quedarse ha de
arrimar el hombro para asegurar el buen funcionamiento de la Unión. El artículo
1.b advertiría que los territorios que se independicen de sus estados de forma
ilegal quedarían fuera de la UE y no tendrían ni siquiera el derecho a pedir su
readmisión. En una nota a pie de página se recordaría a los grupos
independentistas la diferencia existente entre estados confederados (UE),
estado federal (Alemania y Suiza), estado autonómico (España) y estado unitario
(los restantes). La secesión de un territorio, tras el voto mayoritario de sus
ciudadanos, sólo es posible en una confederación.
El segundo
artículo aclararía que la estructura política de la UE se apoya en un trípode
constituido por el Parlamento, el Senado y el Ejecutivo. El Parlamento o
Eurocámara sería elegido directamente por los ciudadanos afiliados a partidos
con nombre estatal y apellido europeo. Tendría mayores competencias
legislativas, así como la capacidad de elegir al Gobierno. El Senado europeo aparecería
como la Cámara territorial que representa a los Estados miembros. Sustituiría
al actual Consejo que da un poder excesivo a los jefes de Estados quienes están
obligados a justificarse ante su electorado explicando los privilegios que han
arrancado de la UE. Es imposible que prospere la Unión si la concebimos como un
juego de suma cero donde las ganancias de un estado se logran a expensas del
resto. El Ejecutivo o Gobierno europeo podría seguir llamándose Comisión; lo
importante es que tenga mayor peso político. La condición para ello es que esté
liderado por el partido mayoritario en la Eurocámara.
La
continuidad en el tiempo de una estructura confederal obliga a hacerla lo
suficientemente atractiva para que sus miembros estén muy interesados en seguir
dentro. Será atractiva si es capaz de prestar los servicios encomendados con
más eficacia que los estados miembros. Hasta ahora todas las energías de la UE se
han centrado en la agricultura (que no supera el 4% del PIB europeo) y las
grandes infraestructuras. Convendría que la UE se encargara también de la
defensa para asegurar que todos los estados europeos están mejor protegidos con
menos gasto. Otro tanto cabe decir de la estabilización macroeconómica que, o
se hace a escala europea, o no se hace. ¿Y por qué no contar con ella para asegurar
un mínimo de servicios sociales a toda la población europea? Si la UE es capaz
de prestar esta panoplia de servicios de forma eficiente (digamos con la mitad
de los parlamentarios y funcionarios actuales), todos saldremos ganando. Los
políticos nacionales tendrían entonces menos reparos para ceder parte de su
soberanía a favor de la UE. Y si se resisten se enfrentarán con una opinión
pública bien informada que no se fija tanto en el color de la bandera pintada
en cada folleto como en la alta calidad y el bajo coste de los servicios
públicos.
La Tribuna de Albacete (16/04/2014)