miércoles, 29 de mayo de 2013

El euro, ¿problema o solución?

Los euroescépticos no pueden impedir que la UE se dote 
de las instituciones necesarias para estabilizar la economía

Los euroescépticos están de fiesta. Los problemas financieros que asolan a la eurozona les suministran carne de cañón para defender sus tesis: Europa no constituye un área monetaria óptima … luego hemos de abandonar el euro. Según Robert Mundell, premio nobel de economía en 1999, el año de la instauración del euro, para que la integración monetaria sea un éxito se requiere las economías afectadas han de estar previamente integradas y sus ciclos económicos sincronizados. Al mismo tiempo deben existir unas instituciones capaces de compensar a los perdedores. De no ser así, es preferible que cada país tenga su propia moneda que podrá depreciar a su libre albedrío para recuperar la competitividad perdida. 
La historia se encarga de desbaratar los argumentos de los euroescépticos. Una economía globalizada reclama una integración monetaria. De hecho, el mundo se divide ya en tres bloques que giran en torno al dólar, el euro y el yen. Desmembrar la Unión Monetaria Europea hoy sería tan peligroso como ineficiente. Antes de que España volviera a una peseta depreciada, se generaría una fuga de capitales que podría hundir la economía española. Una vez reestablecida la peseta, el diferencial inflacionista se comería las ventajas de la depreciación. Por otra parte, el coste de las importaciones de energía y bienes de capital (imprescindibles para el crecimiento español) se dispararía y acabaría multiplicando nuestro déficit comercial. 
Es cierto que Europa no era un área monetaria óptima en el momento de instaurar el euro. ¿Pero podrían decirme ustedes, señores euroescépticos, de algún territorio que lo fuera antes de acordarse la unión monetaria? Cuando Laureano Figueroa impuso la peseta, por Real Decreto, España contaba con 21 monedas diferentes y su territorio no reunía ni uno solo de los requisitos que Mundell reclama para hablar de una unión monetaria óptima. Fue la peseta quien, poco a poco, favoreció la integración de los mercados (de bienes y financieros) y la aparición de las instituciones capaces de gestionar la política fiscal y monetaria. Lo mismo puede decirse del dólar, el franco, el marco o la lira. Abandonar el euro para recobrar la peseta significaría una involución similar al abandono de la peseta en favor del real, el escudo o el maravedí. 
¡Miremos hacia el futuro! Lejos de ser el origen del problema, el euro es, puede ser, un colchón de seguridad y una palanca de crecimiento. Para que lo sea hay que reforzar las instituciones europeas en lugar de bloquearlas. Lo primero es convertir el BCE en un auténtico banco central. Los problemas de liquidez y solvencia que asolan a la banca e impiden que el crédito fluya a la inversión productiva, desaparecerían “ipso facto”. Podrían quebrar algunos bancos pero no el sistema financiero y la función crediticia que tiene encomendada.  Otro tanto ocurriría con la prima de riesgo de la deuda pública que es el azote del tesoro público. Los gobiernos seguirían obligados a pagar sus deudas pero a un ritmo y con un coste razonable. 
Por su parte, la UE debería ser capaz de gestionar una política fiscal de estabilización, como corresponde a cualquier estado moderno. Para empezar debiera tener una fuente de recursos propios, suficientes y flexibles. La cesión del impuesto sobre beneficios podría bastar. En la vertiente del gasto, la UE debería hacerse cargo del subsidio de desempleo y otros gastos muy sensibles a la coyuntura económica. La asunción de esta responsabilidad, le legitimaría para imponer un sistema de subsidios como el austriaco que incentiva a los trabajadores a buscar un empleo cuanto antes. La inversión en carreteras y otras obras útiles para la integración europea, sería una manera de compensar las políticas de austeridad que se imponen a los gobiernos estatales y regionales.
Con estas razones no pretendo convencer a los euroescépticos. Si los ingleses deciden abandonar el euro están en su perfecto derecho. Lo que no pueden hacer, ni los ingleses ni los euroescépticos de otros países, es impedir que la UE se dote de las instituciones necesarias para cumplir su función de estabilidad macroeconómica.
La Tribuna de Albacete (29/05/2013)