“La verdad” destaca entre los valores fundantes de todos los
códigos éticos. También en la cultura del pueblo sabio: “La Verdad; no mi
verdad” matizó nuestro Antonio Machado. “La mentira” es lo contrario de la
verdad. Los mandamientos esculpidos en piedra por Moisés resumen nuestra
actitud ante el prójimo en tres verbos: “No matar, no robar, NO MENTIR”.
Los bulos son la forma más eficaz de mentir en la época
de internet. Son “mentiras orquestadas” que tratan de confundir a la opinión
pública y que internet difunde como la pólvora. Los escándalos son más fáciles
de vender que las noticias “normales”. Los medios de comunicación hacen bien en
informar de los escándalos. Pero hemos de exigirles responsabilidad.
Sería un error cargar nuestro malestar en la maquinaria
de internet y en los medios de comunicación. Parte de la culpa recae en los
ciudadanos de a pie (nosotros) que estamos perdiendo el gusto por la verdad y
la capacidad de reflexionar sobre la veracidad de cualquier noticia. Contrastar
los datos resulta demasiado tedioso para personas criadas en la inmediatez y
estimulados por el olor a sangre.
Y no olvidemos a la clase política. A menudo son los
políticos quienes lanzan un bulo con la esperanza que provoque un incendio.
“Nos conviene que haya tensión”, dijo Zapatero al acabar una entrevista de Gabilondo
sin percatarse que el micrófono seguía abierto. Los políticos experimentados
son los que responden ante un presunto bulo con otro bulo más descarado. Los que
gritan sin titubear y mienten sin pestañear.
El manual de deontología política ha encontrado en la “lucha contra el bulo” su mejor arma arrojadiza. “Mi verdad” (la de los políticos) se identifica con la verdad a secas; la verdad tradicional ya no cuenta. El objetivo ya no es restaurar la verdad, sino ahogar al adversario con bulos de toma y daca.
La Tribuna de Albacete, 02/12/2024