En los últimos años, las calles de algunas ciudades
europeas y las marquesinas de los autobuses anuncian un mensaje tan obvio como desconcertante:
“Dos buenas noticias por Navidad: Dios existe … y no eres tú”.
“Dios existe”. Son muchos los que han descubierto indicios
de la existencia de Dios en la creación o la vida de los santos. El mensaje de
la Navidad es más sorprendente y reconfortante. Ese Dios se ha rebajado a la altura
de los hombres para que podamos alabarle e implorarle con toda naturalidad. Es
el mismo Dios que dará su vida en el Calvario para salvarnos del pecado que nos
esclaviza. Ninguna religión se había atrevido a proponer tal despropósito.
“Tú no eres Dios”. Cuando ignoramos a Dios, acabamos
hincando las rodillas ante los becerros de oro o carne que dominan cada época. Y
la cosa no acaba aquí. Al final, nos erigimos en dioses y nos creemos con el
derecho de exigir a los demás la reverencia debida. No soportamos la menor
ofensa de los demás al tiempo que exigimos plena empatía con nuestras
debilidades. Como son muchos los que se creen dioses, el conflicto está
servido. La rivalidad entre los dioses de las culturas antiguas muestra las
consecuencias de una actitud tan ridícula. Ya en el primer capítulo del génesis
se nos advierte del peligro de querer ser como dioses. Eva y Adán comieron del
árbol de la ciencia del bien y del mal. De la fruta que les hacía creer que
eran dioses capaces de santificar todo lo que hacían o dejaban de hacer, al
tiempo que condenaban los pensamientos y actos de sus semejantes. Con esa
actitud, la convivencia entre los hombres se haría insoportable, la
civilización humana acabaría con el hombre.
Cada Navidad es una nueva oportunidad para recordar que
tenemos un Dios que se ha encarnado para rescatarnos del pecado sacrificando su
propia vida. ¡Feliz Navidad!
La Tribuna de Albacete (23/12/2024)