Mientras escribo estas líneas, España celebra el Día de la Constitución. Repaso la prensa para ver qué aspecto resalta cada rotativo. Para mi sorpresa, son pocos los periódicos que se dignan mentar a la Carta Magna y, quienes lo hacen, apenas le dedican un artículo. El olvido es la primera manera de acabar con las mejores personas y obras.
Peor sería si políticos y ciudadanos la tuvieran continuamente en los labios para escupirla como arma arrojadiza. No puede haber traición mayor a una ley resultante de un consenso y destinada a facilitar la convivencia de millones de españoles. Las reformas del texto constitucional no están prohibidas pero han de respetar los cauces previstos por la propia Constitución. Quienes remueven a su antojo las columnas arquitectónicas no han de extrañarse si el edificio se les cae encima.
La tercera manera de matar una Constitución consiste en ignorar el carácter vinculante de sus preceptos, como si de un texto programático o un pregón de fiestas se tratara. Bajo le excusa de defender el “espíritu” constitucional, algunos leguleyos se sienten libres de imponer su propio espíritu.
La cuarta manera de matar una Constitución se consigue cambiando el
significado del término “constitucionalidad”. Para dilucidar la validez de una ley o decisión
política ya no bastaría respetar la
letra y el espíritu de la Ley de leyes. Sería constitucional todo lo que el Tribunal
Constitucional diga que lo es. Y punto. ¡Vía libre al Gobierno que ha conseguido colocar
al frente del Constitucional a un jurista que lleva años demostrando total
sumisión al Gobierno y que cuenta con el apoyo de suficientes magistrados de su misma cuerda ideológica!
El mejor homenaje a la Constitución española de 1978 consistiría en comprometerse a aplicar
su letra y espíritu. La reforma constitucional más necesaria es la que consiga
tal objetivo.
La Tribuna de Albacete (9/12/2024)