“Nuclear no, bases fuera”. Este fue uno de los slogans más repetidos durante la transición democrática española. Cuando Felipe González, uno de líderes de aquellas protestas juveniles, llegó a la Presidencia del Gobierno en 1982 España entró en la OTAN y se enganchó al tren de la energía nuclear pilotado por Francia y Alemania. ¡Eran otros tiempos!
El accidente de Fukushima envalentonó a los grupos antinucleares. Me refiero a aquel terremoto-maremoto que dañó una central nuclear. Fallecidos solo se registró una persona siete años después a consecuencia de las radiaciones. En Alemania, los Verdes vendieron su apoyo al SPD a condición de clausurar todas las centrales nucleares antes del 2020. En España el PSOE renunció a nuevos proyectos nucleares y adelantó el cierre de las centrales existentes.
En la reciente Cumbre de Glasgow, los mandatarios de los países signantes de los Acuerdos de Paris (2015) explicaron fueron invitados a explicar los avances en el proceso de descarbonización. Esta fue la tónica general de sus discursos: “Hemos eliminado X plantas de carbón y cerraremos antes del 2035 las pocas centrales nucleares operativas; para el 2050 nuestra electricidad será 100% renovable y verde; un país impulsado por su viento y su sol”.
Y llegó el turno de Emmanuel Macron. Sus palabras (no textuales) dejaron helados a sus colegas. “Francia seguirá en su empeño por conseguir una electricidad renovable y limpia, la más verde de todas, la nuclear. Sus emisiones directas de CO2 son nulas; las indirectas y el tratamiento de los residuos se neutralizarán antes de 2050 con los nuevos proyectos. En la actualidad, los 45 reactores instalados generan el 70% de la electricidad y 220 mil empleos en las 3000 empresas del sector. La energía nuclear nos hace económicamente más competitivos, más independientes en energía, y más seguros. Nuestra electricidad cuesta un 40% menos que la alemana y la española. No estamos sometidos a la buena voluntad de los proveedores de gas ni a la bendición de los dioses Helio y Eolo. Nos sentimos físicamente seguros pues en 70 años no hemos sufrido ningún accidente nuclear”.
Mi conclusión. Ecología sí, Ecolatría no. La ciencia y la razón no debiera ser ahogarda por el corazón y las ideologías.
La Tribuna de Albacete (22/11/2021)