Robert Heilbroner, autor de uno
de los libros de Economía más vendidos en el siglo XX, comentó que su primer
trabajo consistió en impartir clases de Economía a un sindicato. Al parecer, los
líderes sindicales se habían comprometido a no convocar más huelgas si la
empresa aumentaba los salarios al ritmo de productividad laboral. Como no cumplieron
su promesa, el juez les condenó a sufrir las clases de Heilbroner para que
aprendieran lo que significa el “coste laboral unitario”.
Me acordaba de la anécdota a la
vista de las agrias discusiones que estamos presenciando estas semanas sobre la
reforma de la negociación colectiva para la fijación anual de los salarios. Si Heilbroner
tuviera la posibilidad de hablar diría, más o menos, lo siguiente.
La fijación de los salarios a
través de la negociación colectiva es un hito en la historia del capitalismo.
Una institución imprescindible para la defensa de la parte más débil del
contrato laboral (el trabajo). Salvaguardando, eso sí, la actividad empresarial
fuente de empleos, salarios, beneficios e impuestos.
En la negociación colectiva se
fija el salario nominal (en euros corrientes), pero lo que verdaderamente
importa para el trabajador es el salario real, una media del poder adquisitivo.
El empresario se fija en el coste laboral unitario: salario real entre
productividad. Los incrementos salariales superiores al ritmo de la
productividad son rápidamente trasladados a los precios y no hay que descartar
una espiral inflacionista como la que paralizó la economía española entre 1974
y 1978. Para no ser barridas por la competencia internacional, las empresas de cada
industria deben alinear sus costes laborales unitarios con los vigentes en el
resto del mundo.
Las clases de Heilbroner sirvieron
de poco. Yo propondría un método de aprendizaje más práctico. Cambiaría las subvenciones corrientes
a los sindicatos por una transferencia de capital con la obligación de crear o
comprar una empresa y pagar los gastos sindicales con los beneficios generados
en su actividad empresarial. ¿Podemos confiar en sindicatos que no son capaces
de sacar adelante su propia empresa?
La Tribuna de Albacete (8/11/2021)