Dicen
que el avestruz entierra la cabeza cuando se siente amenazada. “Ojos que no
ven, peligro que desaparece”. Enterrar la cabeza, renunciar a pensar, es también
la táctica de los negacionistas, una especie que está proliferando en
diferentes ámbitos de la vida humana. Lamentablemente los problemas no
desaparecen por simple negación. Tampoco sus secuelas: se ensañan con los negacionistas
y dañan a la sociedad.
Están los negacionistas de la
pandemia y de la necesidad de vacunas. Es evidente que todavía hay muchas
incertezas sobre la transmisión del coronavirus y de los efectos secundarios de
la vacuna. Pero no menos evidente es que existe una pandemia y que la vacuna es
el mejor de los medios que tenemos para no infectarnos y no infectar.
Están los negacionistas de un
cambio climático irreversible, que amenaza seriamente la vida en el planeta
tierra. La evidencia científica es lo suficientemente fuerte como para aceptar
la realidad de un cambio climático, su relación con la concentración de CO2 en
la atmósfera y la aceleración de las emisiones de CO2 tras la Revolución
Industrial. Limitar esas emisiones es un acto de responsabilidad. Urge tanto en
el ámbito personal como en el colectivo.
Están los negacionistas de la existencia
de una vida humana y de la dignidad inalienable de cualquier vida humana. Para
justificar el aborto o la eutanasia hay quien afirma que el feto no es un ser
vivo o, de serlo, se trataría de una vida no humana. Otros niegan valor a la
vida de un anciano postrado en el lecho y registrarán su eutanasia entre las
causas de “muerte natural”. Unos y otros se resisten a reconocer que una vez
legalizado el aborto y la eutanasia, su práctica se acelera por causas que nada
tienen que ver con aquellos casos extremos que se esgrimieron para justificar la
ley.
Así viven y mueren las
avestruces.
La Tribuna de Albacete (5/04/2021)