La crisis sanitaria y la crisis económica van de la mano. La primera se cura con vacunas. Que yo sepa nadie se ha atrevido a proponer remedios virtuales, digamos una radiación de optimismo. Por el contrario, cada vez ganan más fuerza los remedios virtuales para superar la crisis económica. Subvenciones financiadas con deuda pública colocada en el banco central a un interés cercano a cero. Las segunda dosis de esta vacuna económica virtual es la quita o quema de la deuda soberana.
Los efectos de una quita
generalizada de deuda dependen de las circunstancias y de su carácter más o
menos excepcional. La UE puede permitirse tamañas veleidades pues sus finanzas
están saneadas y la buena reputación del BCE le permite sorprender a los
mercados. Prueba de esta reputación es que con el paso de los años ha aumentado
el número de países que aceptan pagos en euros.
La capacidad de sorpresa se
pierde pronto; recuperarla (recuperar la buena reputación financiera) cuesta
décadas. Si las quitas de deuda se practican habitualmente acabarán con el
sistema crediticio. Solo quedaría un banco central con la prerrogativa de
emitir dinero de obligatoria aceptación. Pero ese dinero (que crece mucho más
deprisa que la producción) perderá todo su poder adquisitivo. Estamos hablando
de hiperinflación. Si el lector alberga alguna duda, pregunte a algún amigo venezolano.
Conclusión: la situación
económica que deja la pandemia es un caso excepcional que requiere medidas
excepcionales: subvenciones directas, créditos a un interés mínimo y prórroga
en el vencimiento de la deuda. Estas medidas se han de aplicar con carácter
excepcional y orientarse a poner en marcha el sistema productivo. La única vacuna
eficaz para la economía y con efectos duraderos es la producción e inversión.
El crédito tendrá efectos positivos si, y solo si, consigue animar a las
empresas a producir e invertir. Keynes lo dejó bien claro: “Tú puedes llevar al
caballo al abrevadero, pero nada te garantiza que beba”.
La Tribuna de Albacete (12/02/2021)