Empiezan
a publicarse los datos financieros del 2020. ¡Peor de lo que se esperaba! El
Tratado de Maastricht limitó el déficit y deuda pública al 3% y al 60% del PIB.
Tras una década tratando de conseguir esos niveles, en 2020 se han disparado al
6,5% y el 120% respectivamente. ¡Un incremento del 27% respecto a la deuda de 2019!
¡Hasta la Guerra de Cuba hemos de remontarnos para encontrar una subida similar!
Aunque la pandemia remitiera pronto, los planes fiscales del Gobierno para el
2021, más la caída del 13% que se prevé para el PIB, hacen temer una réplica
del seísmo financiero.
El primer consuelo (consuelo de
tontos) es que todos los países del mundo adolecen de la misma pandemia
sanitaria y financiera. El segundo consuelo (consuelo de los afortunados) es
que el servicio de la deuda no está resultando excesivamente oneroso pues los
bonos soberanos se colocan a un interés cercano a cero. De ahí la cara de
felicidad que todavía luce en nuestros gobernantes. La explicación de este
enigma hay que buscarla en la política de relajación monetaria que aplican los bancos
centrales. El BCE ha comprado TODA la deuda emitida por el Gobierno español en
2020. ¡He ahí el cementerio de la deuda pública!
La creación de dinero, ¡qué manera
más bonita, fácil y barata de solucionar una crisis! ¿No tendrá efectos secundarios? ¿No podría ser
que la medicina resultara peor que la enfermedad? Depende. La medicina
monetaria puede funcionar si el BCE y todo el mundo entiende que es una situación
excepcional; si la economía europea recobra su fortaleza habitual y los
gobiernos aprovechan los mayores impuestos para amortizar la deuda. Ahora bien,
si la economía no acaba de recuperarse y los gobiernos reciclan su deuda una y
otra vez en un BCE “relajado” … En ese escenario hemos de temer una
hiperinflación y una crisis cambiaria semejante a la de Venezuela. ¡Cuidado con
la paz del cementerio!
La Tribuna de Albacete (1/03/2021)