“Las urnas
nunca deben interpretarse como un fracaso de la democracia”. Con estas palabras
justificó Carmen Calvo la convocatoria de nuevas elecciones generales. La Vicepresidenta
del Gobierno en funciones no quería entender que lo que estaba en tela de
juicio no eran las urnas sino el hecho de tener que acudir a ellas cuatro veces
en cuatro años. Un fracaso sin paliativos de la clase política española y del sistema electoral. Ante el bloqueo político y la incapacidad de
formar coaliciones duraderas, el Presidente del Gobierno en funciones debería
haber promovido una reforma de la ley electoral que introdujera el sistema de
doble vuelta. “Si ningún partido consigue más del 40% de los votos, se procederá
a una segunda votación quince días después entre los dos partidos más votados”. Por los partidos minoritarios no se preocupen que ya se las arreglarán para vender su apoyo de forma inteligente.
El sistema
de doble vuelta garantiza dos funciones básicas de un sistema democrático. Que
el Gobierno elegido tenga capacidad de gobernar durante todo el mandato y que
responda de sus actos y omisiones ante las urnas que se abrirán cuatro años
después. Me temo que ninguna de estas dos cosas va a ocurrir. En el mejor de
los casos pasará como en las elecciones de junio 2016 de donde salió un
Gobierno tan débil que apenas duró dos años. Todo un récord en comparación con
el Gobierno alumbrado por la moción de censura de junio de 2018.
Toquemos
fondo. La política española parece contagiada del virus de la superficialidad y
el cortoplacismo que domina nuestras vidas. La economía se asemeja a esa fábrica
de burbujas especulativas que nos llevó a la crisis de 2008; cuesta encontrar
empresarios que se arriesguen a grandes inversiones productivas. Las urnas que
sostienen al sistema democrático se asemejan al bombo de la suerte. Invitan a
repetir elecciones hasta que un evento fortuito dañe a la oposición. ¡Viva el
bombo electoral!
La Tribuna de Albacete (23/09/2019)