Estos días,
en que todos hablamos de fútbol y todo nos habla de fútbol, pueden ser
aprovechados para tocar el fondo de este deporte que mueve a las masas en todas
las latitudes. El fútbol es, ante todo, un negocio y un negocio globalizado. Por
mucho que hablemos de una economía global y de políticas internacionales, todavía
no hemos sido capaces de encontrar un ente cuyas decisiones vinculen a todos. El
reglamento de la FIFA, por el contrario, se impone a todos los futbolistas,
jueguen donde jueguen. Se hace difícil pensar que un club, por muy poderoso que
sea o por mucho apoyo democrático que exhiba, se atreva a romper unilateralmente
esas normas.
Quien desee
palpar la globalización del fútbol no tiene más que revisar la plantilla del
Barça o del Real Madrid. ¿Encontraremos en sus plantillas algún futbolista nacido
en Barcelona o Madrid? Las ligas nacionales se quedan pequeñas. La Champions se
convertirá pronto en la primera división europea. Con el tiempo la máxima
categoría de fútbol se jugará a escala mundial. Las guerras a balazos se
cambiarán por guerras a pelotazos aderezadas de algún que otro insulto.
El mundial
de fútbol que se juega estos días, es la excepción que confirma la regla. Una
concesión a los sentimientos nacionales que todos llevamos dentro y nos
permiten hacer piña con los vecinos. Tampoco las selecciones nacionales son
inmunes al virus empresarial. Lo apreciamos en las facilidades para la
nacionalización que se conceden a los deportistas de élite. Sea como fuere, haremos
bien en mantener esa gota de romanticismo que nos une a todos los españoles,
franceses, rusos… un mes cada cuatro años.
La Tribuna de Albacete (02/07/2018)