domingo, 22 de julio de 2018

Libre movimiento de personas



El lunes pasado hablábamos de las restricciones al comercio de bienes que generalmente desembocan en “guerras comerciales”. Hoy vamos a hablar de las restricciones al movimiento de personas y del drama que representa cada patera hundida en el Mediterráneo. ¡El drama de nuestro tiempo! Ambas noticias están relacionadas. Si no ayudamos a los africanos a producir y exportar lo que producen, acabarán viniendo ellos mismos por tierra, mar o aire. El hambre ha sido el motor de la historia… y lo sigue siendo.
La emigración es un problema complicado. No lo vamos a negar. Los Estados están en su derecho de exigir ciertos requisitos y poner límites cuantitativos a la inmigración. Pero hemos de ser conscientes que por esta vía es imposible llegar a las raíces del problema. Tratándose de un problema global, la comunidad internacional debe buscar soluciones globales.
Los problemas se magnifican cuando los emigrantes se ven abocados a saltar al país más cercano, sin importarles la dificultad de encontrar empleo allí. Si un país se muestra más compasivo, provocará un efecto llamada que puede socavar las bases de su economía, el sistema sanitario y educativo y hasta el orden público. Haciendo cifras concluimos, sin embargo, que las personas que no encuentran trabajo en el Tercer Mundo podrían ser absorbidas y asimiladas por los países en crecimiento (China incluido). Si todos los países aceptaran el cupo que les corresponde en función del tamaño de su población activa y parada, la asimilación de los emigrantes sería un problema resoluble. Los inmigrantes, que de tontos no tienen un pelo, acudirían allí donde haya posibilidades de trabajo.
Los flujos migratorios han sido una constante de la historia de la humanidad. Los movimientos masivos de personas tienen algo de dramático y de esa tensión surgen fuerzas positivas. La novedad de nuestra era es presentar estos flujos como algo malo e irresoluble, la madre de todos los problemas. La globalización, del que la inmigración es una parte sustancial, ha convertido nuestro glorioso estado-nación en una sociedad multicultural. La convivencia en la diversidad no es fácil. Pero no nos engañemos pensando que nuestros principales problemas vienen de fuera. España, Europa y los EE.UU. han demostrado repetidamente que para masacrarse en guerras civiles o internacionales no necesitan la mecha de la inmigración.
La Tribuna de Albacete (23/07/2018)