El lunes
pasado hablábamos de las restricciones al comercio de bienes que generalmente
desembocan en “guerras comerciales”. Hoy vamos a hablar de las restricciones al
movimiento de personas y del drama que representa cada patera hundida en el Mediterráneo.
¡El drama de nuestro tiempo! Ambas noticias están relacionadas. Si no ayudamos
a los africanos a producir y exportar lo que producen, acabarán viniendo ellos
mismos por tierra, mar o aire. El hambre ha sido el motor de la historia… y lo
sigue siendo.
La
emigración es un problema complicado. No lo vamos a negar. Los Estados están en
su derecho de exigir ciertos requisitos y poner límites cuantitativos a la
inmigración. Pero hemos de ser conscientes que por esta vía es imposible llegar
a las raíces del problema. Tratándose de un problema global, la comunidad
internacional debe buscar soluciones globales.
Los
problemas se magnifican cuando los emigrantes se ven abocados a saltar al país
más cercano, sin importarles la dificultad de encontrar empleo allí. Si un país
se muestra más compasivo, provocará un efecto llamada que puede socavar las
bases de su economía, el sistema sanitario y educativo y hasta el orden
público. Haciendo cifras concluimos, sin embargo, que las personas que no
encuentran trabajo en el Tercer Mundo podrían ser absorbidas y asimiladas por
los países en crecimiento (China incluido). Si todos los países aceptaran el
cupo que les corresponde en función del tamaño de su población activa y parada,
la asimilación de los emigrantes sería un problema resoluble. Los inmigrantes,
que de tontos no tienen un pelo, acudirían allí donde haya posibilidades de
trabajo.
Los flujos
migratorios han sido una constante de la historia de la humanidad. Los
movimientos masivos de personas tienen algo de dramático y de esa tensión
surgen fuerzas positivas. La novedad de nuestra era es presentar estos flujos como
algo malo e irresoluble, la madre de todos los problemas. La globalización, del
que la inmigración es una parte sustancial, ha convertido nuestro glorioso
estado-nación en una sociedad multicultural. La convivencia en la diversidad no
es fácil. Pero no nos engañemos pensando que nuestros principales problemas
vienen de fuera. España, Europa y los EE.UU. han demostrado repetidamente que para
masacrarse en guerras civiles o internacionales no necesitan la mecha de la
inmigración.
La Tribuna de Albacete (23/07/2018)