En 1906 el
economista Leon Walras se auto-nominó candidato al Premio Nobel de la Paz. La
mayoría de las guerras habían empezado por el proteccionismo comercial y él había
demostrado matemáticamente que el libre comercio resultaba ventajoso para
todos. Walras es un eslabón más de la cadena que ha unido a la mayoría de los
economistas (¡y mira que es difícil!) desde que Adam Smith demostrara en 1776
que la economía no es un juego de suma cero, donde uno sólo puede ganar a costa
de otro. El empresario que exporta, contribuye a la creación de riqueza y
empleo por doquier.
La edad de
oro del capitalismo que siguió a la Segunda Guerra Mundial tiene mucho que ver
con el esfuerzo por reducir aranceles a través de los acuerdos auspiciados por
la GATT. Fue un proceso lento, país a país, producto a producto. Se sustituyó
en 1995 por la OMC que ha seguido avanzado a pasos cortos pero continuos.
Así hasta que
Donald Trump llegó a la Casa Blanca en enero de 2017. Nos equivocamos quienes
pensamos que sus proclamas proteccionistas no saldrían del programa electoral.
En el último mes ha declarado la guerra comercial a China en productos de alta tecnología. China sería el origen de todos
los males de la economía norteamericana. Pero no piensen ustedes que sus amigos
tradicionales han salido mejor parados. Como aperitivo a sus viajes
internacionales, Trump afirmó que el tratado comercial con Canadá y Méjico
(NAFTA) había dejado de ser útil para los EE.UU. Y otro tanto ocurría con el
programa de supresión total de aranceles entre EE.UU y la UE para unos productos seleccionados. America first!
Como era de
esperar, los gobiernos de los países amenazados se han puesto en pie de guerra
y han amenazado con recuperar la vieja ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por
diente”. ¿Volveremos a las cavernas?
La Tribuna de Albacete (16/07/2018)