El ocho de
marzo celebramos, desde que lo instituyera la ONU en 1975, el Día Internacional de la Mujer. Aunque no
nos gusten algunas de las formas de celebración, es importante aprovechar el
día para tomar conciencia de las formas de opresión y discriminación que han
existido a lo largo de la historia, que siguen existiendo hoy día y que
reclaman un compromiso serio para eliminarlas. Violencia física que llega hasta
la trata de blancas, la violación y el asesinato. Banalización del sexo
convirtiendo a la mujer en un mero objeto de placer. Discriminación laboral que
dificulta el acceso a algunos puestos de trabajo e introduce brechas salariales.
En el tema
económico ha habido avances importantes, si bien quedan abundantes flecos por
igualar. Para no dar palos de ciego, hay que identificar bien el objetivo y
diseñar las estrategias adecuadas. En los restantes temas, me da la impresión
que retrocedemos. Y, no seamos hipócritas, estamos cosechando el fruto lógico
de la cultura y sociedad que entre todos hemos montado. Una cultura que exalta
los sentimientos y pasiones, frente a la razón y la responsabilidad personal.
Una sociedad que coloca en su cúspide el poder y la riqueza, es decir, a los
más fuertes y pillos. Esa cultura y esa sociedad favorecen la conversión de la
mujer en un objeto de “usar y tirar”.
La solución
no radica en “empoderar” a la mujer para que haga exactamente lo mismo que el
hombre, quiera o no quiera. Lo importante es tomar conciencia de la dignidad personal,
consustancial a todos los seres humano. Una dignidad que entraña la igualdad ante
la ley y la igualdad de oportunidades. También la libertad. Quienes obligan a
las mujeres a ser lo que no quieren, cometen un atropello no menos grave contra
su dignidad.
(La Tribuna de Albacete, 05/03/2018)