lunes, 17 de abril de 2017

Ley del Talión en la comunidad internacional

La ley del Talión sería un lamentable retroceso 
que nos llevaría a un mundo de tuertos

 Fallecen 86 personas (30 de ellos niños) tras un ataque con gas sarín en una región siria contraria al presidente Bashar al-Ásad.  La ONU no es capaz de  condenar el atentado por el veto de Rusia. De forma unilateral, Estados Unidos declara culpable al presidente sirio y lanza 59 misiles Tomahawk contra una de sus bases militares. La prensa internacional aplaude el contraataque americano como una respuesta oportuna y proporcional.
Los hechos nos retrotraen a la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Vaya por delante que esta ley supuso un avance significativo en la historia jurídica de la humanidad. Antes, el ofendido estaba autorizado a vengarse con toda su furia. La nueva ley le exige moderar su venganza.
Jesucristo, cuya muerte y resurrección acabamos de conmemorar estos días, animó a superar la ley del Talión y todo tipo de venganza. A cambiar el motor del odio por el del amor. Los mensajes evangélicos van dirigidos al corazón de la persona de donde derivan todos los bienes y males. Por supuesto, son compatibles con la justicia. La reclaman como primer criterio de organización social y solución de conflictos. Pero esta justicia no debe basarse en el odio y la venganza sino en el deseo de restablecer el orden público y de responsabilizar a sus infractores.
El Estado de Derecho cumple esta función dentro de las fronteras de cada país. Podemos considerarlo como uno de los grandes logros de la civilización occidental. El problema es que el estado-nación se ha quedado pequeño. Cada vez son menos los problemas puramente internos. La mayoría de ellos salpican a la comunidad internacional.
                 ¿Qué hacer contra gobiernos que maltratan a sus propios ciudadanos o contra esos grupos terroristas que se arman en un país para atentar en otros? ¿Habremos de volver a la ley del ojo por ojo? NO. Sería un lamentable retroceso que nos llevaría a un mundo de tuertos.  La solución pasa por dotar a la ONU del poder y la eficacia que necesita para solucionar este tipo de problemas. ¡Ojalá quienes se encarguen de esta reforma tengan un corazón lleno de amor y sentido de la justicia, no de odio y prepotencia! 

La Tribuna de Albacete 17/04/2017