La ley del Talión sería un lamentable
retroceso
que nos llevaría a un mundo de tuertos
Fallecen 86 personas (30 de
ellos niños) tras un ataque con gas sarín en una región siria contraria al presidente
Bashar al-Ásad. La ONU no es capaz de condenar el atentado por el veto de Rusia. De
forma unilateral, Estados Unidos declara culpable al presidente sirio y lanza
59 misiles Tomahawk contra una de sus
bases militares. La prensa internacional aplaude el contraataque americano como
una respuesta oportuna y proporcional.
Los hechos nos
retrotraen a la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Vaya por
delante que esta ley supuso un avance significativo en la historia jurídica de
la humanidad. Antes, el ofendido estaba autorizado a vengarse con toda su
furia. La nueva ley le exige moderar su venganza.
Jesucristo,
cuya muerte y resurrección acabamos de conmemorar estos días, animó a superar la
ley del Talión y todo tipo de venganza. A cambiar el motor del odio por el del
amor. Los mensajes evangélicos van dirigidos al corazón de la persona de donde
derivan todos los bienes y males. Por supuesto, son compatibles con la
justicia. La reclaman como primer criterio de organización social y solución de
conflictos. Pero esta justicia no debe basarse en el odio y la venganza sino en
el deseo de restablecer el orden público y de responsabilizar a sus
infractores.
El Estado de
Derecho cumple esta función dentro de las fronteras de cada país. Podemos
considerarlo como uno de los grandes logros de la civilización occidental. El
problema es que el estado-nación se ha quedado pequeño. Cada vez son menos los
problemas puramente internos. La mayoría de ellos salpican a la comunidad
internacional.
¿Qué
hacer contra gobiernos que maltratan a sus propios ciudadanos o contra esos
grupos terroristas que se arman en un país para atentar en otros? ¿Habremos de
volver a la ley del ojo por ojo? NO. Sería un lamentable retroceso que nos
llevaría a un mundo de tuertos. La
solución pasa por dotar a la ONU del poder y la eficacia que necesita para
solucionar este tipo de problemas. ¡Ojalá quienes se encarguen de esta reforma
tengan un corazón lleno de amor y sentido de la justicia, no de odio y
prepotencia!
La Tribuna de Albacete 17/04/2017