domingo, 26 de marzo de 2017

Los padres de la Unión Europea

Quien no sabe historia acaba repitiendo sus errores

La memoria histórica es una pieza fundamental para la construcción de un futuro mejor. Quien no sabe historia acaba repitiendo sus errores. No es una frase bonita. Es una verdad como una losa que puede caernos a los europeos y españoles de esta generación.
Acabamos de celebrar el 60 aniversario del Tratado de Roma. El 25 de marzo de 1957 se aprobó el Mercado Común, semilla de la actual Unión Europea. ¿Cómo fue posible un acuerdo tan fundamental entre seis países que doce años antes estuvieron a punto de exterminarse mutuamente? Porque coincidieron un grupo de personas con memoria del pasado y visión de futuro, con capacidad de diálogo y esa dosis de astucia política que ayuda a distinguir gigantes de molinos de viento.
El primero de ellos es Robert Schuman, natural de Alsacia, tierra que por manar carbón y acero estuvo permanentemente disputada por Francia y Alemania. Habiendo sufrido en su propia carne dos guerras mundiales y habiendo recibido golpes de alemanes y franceses, tenía claro que el objetivo era crear unas instituciones supranacionales que, vinculando a los europeos, hicieran impensable otra guerra entre ellos. La “Declaración de Schuman” (1950) desvela este sueño cuyo primer paso sería crear una autoridad europea para gestionar los asuntos más vidriosos: carbón, acero y energía nuclear. Luego vendría el mercado único que mejorara el bienestar de los europeos y contribuiría a enlazar sus vidas.

No fue fácil convencer a su Presidente, el General de Gaulle, tan valiente como orgulloso. El apoyo de Konrad Adenauer (RFA) y Alcide de Gaspari (Italia) resultó más entusiasta. Compartían la misma fe católica (hasta el punto que dos de ellos están  en proceso de beatificación) y un deseo de regenerar la política desde el movimiento que ayudaron a crear: la “democracia cristiana”. La paz había de edificarse sobre la base de la igualdad y la colaboración en un gran proyecto común. Nada de venganzas políticas, como ocurrió en el Tratado de Versalles (1919). La amenaza del comunismo se superarían con una economía de mercado; cuanto más grande, mejor. La amenaza del fascismo con una democracia transparente y dialogante. “Lo que más pena me da, confesaba Schuman al final de sus días, es que la lucha de ideas (esencia de la democracia) está degenerando en enfrentamientos personales tan violentos como vacíos de ideas”.
La Tribuna de Albacete (27/03/2017)