Lo más preocupante es que el
colectivo LTGB
pueda utilizar la escuela como laboratorio social
y los niños
del vecino como conejillos de indias
La crónica social de la semana pasada estuvo
marcada por dos noticias que tienen más elementos en común de lo que pudiera
parecer a primera vista. En Madrid circuló un autobús con este mensaje: “Los
niños tienen pene; las niñas tienen vulva. Que no te engañen”. A los miembros
del colectivo LGTB y a todos los organismos políticos madrileños les faltó
tiempo para paralizar ese autobús que incitaba al odio contra los niños
transexuales.
La segunda
noticia ocurrió en las Palmas de Gran Canaria. El Carnaval 2017 fue ganado por
un grupo que presentaba a Cristo y la Virgen vistiendo y actuando como transexuales.
La única voz discrepante fue la de nuestro antiguo obispo Francisco Cases. Los
actores, el público, las autoridades y los medios de comunicación, todos a una,
vitorearon la maravillosa expresión artística.
Imaginemos
que las cosas hubieran sucedido al revés. Que la propaganda del autobús hubiera
dicho: “Hay niños con vulva y niñas con pene. Así de sencillo”. O que el
ganador de la Gala Drag Queen de Gran Canaria hubiera sido un grupo que
ridiculizaba los iconos del universo LTGB. ¿Qué hubiera pasado? Sabemos que
nada pasó en el País Vasco cuando hace dos meses despertó con esa propaganda.
Respecto al segundo supuesto, no hace falta ser profeta para intuir un fuerte
revuelo político y un castigo ejemplarizante a los organizadores del evento.
Estas son solo
las primeras escaramuzas de la guerra ideológica del siglo XXI. Lo más
preocupante es que el colectivo LTGB pueda utilizar la escuela como laboratorio
social y los niños del vecino como conejillos de indias. Esto me reafirma en mi
cruzada por el vale escolar. Los padres emplearían el vale otorgado por la
autoridad académica para matricular a sus hijos en el colegio que más confianza
les merezca. Me temo que los centros con un cartel que diga “aquí se explica y
practica ideología de género”, habrán de cerrar pronto sus puertas por falta de
alumnado. Por lo que a mí respecta, yo les llevaría a mis hijos a un colegio
donde colgara esta pancarta: “Aquí sólo se enseña ciencia y sentido común”.
La Tribuna de Albacete (6/03/2017)