El agua más fresca puede evaporarse
o acabar putrefacta si no se alimenta del manantial
La semana
pasada falleció en Leeds, a sus 92 años, Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos
y filósofos más influyentes de los últimos tiempos. Así fue reconocido en 2010
con motivo de la entrega del Premio Príncipe de Asturias. En su jubilación, su
época de mayor creatividad, estudió el tránsito de la modernidad a la
postmodernidad. La modernidad alumbrada por la Ilustración en los siglos XVII y
XVIII exalta al individuo y a la razón. La postmodernidad se extiende, como
aguas que rompen una presa, en el último tercio del siglo XX. Exalta el
sentimiento, lo más individual y voluble del ser humano; lo más opuesto a la
razón, el diálogo y la moral. Si todo vale lo mismo, ¿qué sentido tiene el
esfuerzo por mejorar en lo personal y lo social?
A mi
entender, una de las mayores contribuciones de Bauman consistió en reemplazar
el nombre abstracto y vacío de “postmodernidad” por otro más concreto y
sugerente: “la sociedad líquida”. Tal es el título de su obra magna publicada
en 1999. Siguieron otros libros que rastrean el proceso de licuefacción, un
proceso acelerado por internet y las redes sociales: “Amor líquido”, “Vida
líquida”, “Miedo líquido”, “Tiempos líquidos”, “La cultura en el mundo de la
modernidad líquida”…
La obra del
sociólogo polaco, me ha ayudado a comprender que la flexibilidad y capacidad de
adaptación son cualidades positivas si, y sólo si, se despliegan a partir de unas
bases consistentes y contemplan un horizonte amplio. Los ríos van abriendo su
propio cauce pero sus aguas solo llegarán al mar (y podrán realimentar las
fuentes) cuando transcurran por él. Los árboles crecen, cada uno a su ritmo,
buscando la luz del sol. Pero sólo los que tengan hondas raíces alcanzarán su plenitud.
No hay dos personas iguales al nacer y cada una evolucionará de forma diferente
atendiendo a los caminos que escoja en las encrucijadas de la vida. Solo quienes
escogen lo que a conciencia consideran lo mejor, sólo ellos contribuirán a mejorar
la sociedad y encontrarán sentido a sus vidas.
El agua más
clara puede evaporarse o acabar putrefacta, si no se alimenta de ese manantial
que forman los valores. “La sociedad
gaseosa”, ya tengo título para el libro que escribiré cuando me jubile.
La Tribuna de Albacete (16/01/2017)