La seriedad de una persona y de
una sociedad
se mide por la seriedad de sus compromisos
¿Cuál es la
esencia de esa sociedad líquida de la que hablaba el sociólogo Zygmunt Bauman,
recientemente fallecido? Yo me atrevería a concretarlo en tres palabras: “miedo
al compromiso”. El compromiso se ve como una amenaza a la libertad personal,
identificada ésta con el derecho de hacer en cada momento lo que a uno le venga
en gana. No hace falta que dé explicaciones a nadie, ni siquiera a sí mismo.
Sería frustrante no encontrar ninguna razón de peso detrás de esa decisión. O
descubrir que traiciona los principios de los que antes presumía.
Internet y
las redes sociales han acelerado la licuefacción de nuestra sociedad. La
amistad, tan importante para el desarrollo personal y la paz social, ha quedado
banalizada. Hoy puedes multiplicar tu número de amigos pulsando una tecla del móvil.
Si luego se te antojan aburridos, los borras con otro click y asunto terminado.
La verdad es que el agujero queda allí; todos necesitamos amar y ser amados. El
amor nace y crece de la cercanía y del sacrificio. Pulsar la tecla “I like” es
demasiado fácil para crear lazos de amistad.
La familia
es la institución que más ha sufrido en esta sociedad líquida. Siempre ha
habido y habrá rupturas matrimoniales. ¿Pero qué hemos de esperar de una
sociedad donde cada vez hay más parejas temerosas de comprometerse
públicamente? O de quien lee ante el micrófono: “prometo serte fiel toda la
vida”. Para añadir con la boca pequeña, “hasta que me canse o encuentre otra
persona mejor”. O de esos machos-alfa que exhiben como trofeo de guerra el
número de divorcios que llevan acumulados. A la vista está. Niños angustiados y
con fuertes problemas de concentración en los estudios. Personas (no
necesariamente ancianas) hundidas en la soledad, sin nadie que se acerque a
aliviar sus penas y enfermedades. ¿O es que la vacuna anticompromiso les hace
inmunes al dolor espiritual y corporal?
La seriedad
de una persona y de una sociedad se mide por la seriedad de sus compromisos,
decía Juan Pablo II. Quien no se atreve a comprometerse o incumple alegremente su
palabra, lo va a pasar muy mal. Nadie se fiará de él. Nada bueno cabe esperar de una sociedad poblada de personas alérgicas al compromiso.
La Tribuna de Albacete (23/01/2017)