En la lotería de la vida
nos ha tocado nacer en el barrio ganador
Desde hace
medio siglo, las grandes metrópolis son sociedades abiertas e interculturales.
El dilema de Occidente no estriba en abrir o cerrar fronteras a otras personas
y culturas. Ya están dentro y seguirán viniendo de forma voluntaria o forzosa.
El dilema pasa por segregarlas o integrarlas.
Sobre este
tema disertó Agustín Domingo, catedrático de filosofía moral en la Universidad
de Valencia y la UIMP. Fue en la V Jornada Universitas sobre “Refugiados y emigrantes”.
El dilema anterior lo convirtió en un trilema: coexistencia en guetos;
asimilación más o menos forzosa o integración.
Hay quien
defiende la segregación para asegurar una coexistencia pacífica. La mayoría de
los guetos se forman de manera espontánea. Basta abrir el mapa de una gran
metrópoli para visualizar los barrios gitano, chino, latino, judío o musulmán.
Los riesgos son evidentes. La convivencia de los desahuciados alimenta su
resentimiento, el odio y la violencia.
La
asimilación es un fenómeno multifacético. Existe una asimilación natural de la
cultura inferior por la superior, sobre todo cuando ésta es mayoritaria. El
problema de Occidente es que su cultura ha quedado desprovista de fundamentos
éticos y cada vez suscita menos entusiasmo. Hoy es tan inmune a la minoría de
fanáticos musulmanes como el imperio romano lo fue a las hordas bárbaras. No
menos peligrosa es la exaltación de la propia identidad obligando al resto a
pasar por el mismo tubo o a exiliarse. Laclau Mouffe advierte del corto trecho
que media entre identidades excluyentes e identidades asesinas.
La integración
es la mejor solución. Para que sea humana y perdurable ha de estar asentada en
la justicia y la ética. Una ética de la hospitalidad que, como insiste el Papa
Francisco, se construye con la argamasa de la misericordia y la generosidad.
Nosotros,
los occidentales, hemos de ser conscientes que en la lotería de la vida, de la
que habla John Rawls, nos ha tocado nacer en el barrio ganador; a ellos en el
perdedor. El gran premio, el que beneficia a toda la comunidad, es la
convivencia pacífica entre personas que pueden dar su máximo y contribuir positivamente,
a esa obra cultural siempre en proceso de construcción. Ellos y nosotros viviremos
en una sociedad diversa pero con igualdad de oportunidades y respeto
generalizado de los principios del estado de derecho. ¿Estoy soñando?
La Tribuna de Albacete (24/10/2016)