lunes, 26 de septiembre de 2016

Padre Chinchachoma

Y los niños callejeros 
descubrieron el diamante que llevaban dentro

                “Cartas de Chinchachoma. México (1981-1999)”, ha sido uno de los libros que más me han impactado en el verano que acabamos de despedir. Me lo envío por correo un amigo de la Universidad de Barcelona (José Antonio García-Durán) con esta dedicatoria: “Apreciado Óscar, sé que tu familia y tú sois de las personas que podéis apreciar este libro. Es de mi hermano Alejandro, escolapio que dedicó su vida a acoger y ayudar a los niños callejeros de México”.
                El libro recoge las cartas del Padre Chinchachoma (este era el mote de Alejandro) a los veinte y pico “hogares-providencia” que fundó para dar cobijo a más de cuatrocientos niños abandonados. Son misivas cortas, parecen escritas en la parada del autobús. Su objetivo, enviar a esos niños una caricia y un mensaje de esperanza. En ellas podemos descubrir los pilares del proyecto educativo de este escolapio que muchos tildaron de loco.
                El primero es la necesidad de un hogar. El cariño de la madre y del padre es tan importante como el pan. Los estigmas de estos niños callejeros no son otra cosa que los resultados del abandono familiar.
El segundo, la urgencia de ayudar a esos niños desahuciados a encontrarse consigo mismos y afrontar la vida con esperanza. “Sois diamantes cagados. Limpiadlo y recobraréis la confianza en vosotros mismos”, es uno de los mensajes recurrentes.
                El tercer pilar nos habla de la “libertad responsable”. Los hogares tenían la puerta abierta, tanto para entrar como para salir. Eso sí, quien decidía permanecer se comprometía a respetar las normas de convivencia y aplicarse en el estudio. Cuando los jóvenes encontraban un trabajo, les abría una cuenta bancaria para que aprendieran a ahorrar. La exigencia no está reñida con el cariño ni la autoexigencia con la libertad.
                La mayor alegría del Padre Chinchachoma, reflejada en muchas de sus cartas, se la proporcionaban los antiguos alumnos que volvían orgullosos para presentarle a sus familias y explicarle cómo se iban asentando en su profesión.

“La piedra que desecharon los arquitectos es ahora piedra angular. Ha sido un milagro patente”. Esas piedras fueron los niños callejeros. Lo fue también el Padre Chinchachoma quien les ayudó a descubrir el diamante que ellos, como cualquier otra persona, llevaban dentro. 
La Tribuna de Albacete (26/09/2016)