domingo, 4 de septiembre de 2016

Santa Teresa de Calcuta

Lo que caracteriza a los santos no es tanto lo que hacen 
sino cómo lo hacen y cómo logran perseverar

En sus dos mil años de historia, la Iglesia, formada por personas de carne y hueso como tú y cómo yo, tiene muchas cosas de las qué arrepentirse. Su contribución al servicio de la humanidad es, no obstante, inmensa. ¿Cuál es la más genuina contribución de la Iglesia?, nos preguntamos hoy.
                Algunos destacarán sus aportaciones culturales. Desde luego, los catálogos europeos de turismo quedarían bien mermados si destruyéramos las obras de arte de inspiración religiosa. Otros encomiarán la promoción de los derechos humanos y la ayuda a los más necesitados, una preocupación que va desde el Imperio Romano hasta hoy en tu propio pueblo. Pero por encima de esas obras concretas, y como raíz que las alimenta, yo señalaría a los santos. Ellos son la contribución más genuina de la Iglesia a la humanidad. Personas de carne y hueso, como tú y como yo, que, siguiendo los pasos de Cristo, se mejoraron a sí mismos para mejorar el entorno donde les tocó vivir.
                Ayer el Papa Francisco canonizó a la Madre Teresa de Calcuta, encarnación de la misericordia bien fundamentada. Nacida en Albania en 1910 pronto sintió la vocación religiosa. Sus primeros veinte años los consagró a la enseñanza. Siendo directora del Colegio de las Hermanas de Loreto en Calcuta, se replanteó su vocación: ¿Dónde serviré mejor a la sociedad? ¿Formando a los niños que mañana tomarán las riendas de este país o atendiendo a los pobres que hoy mueren en las calles por falta de atención? “Fue la decisión más difícil de mi vida”, confesó la santa. Ambas vocaciones le parecían cruciales y necesitadas de personas entregadas. Tras dos años de discernimiento, tomó el sari blanquiazul y decidió consagrar su vida al servicio de los más pobres entre los pobres.
                Lo que identifica a los santos no es tanto lo que hacen sino cómo lo hacen: por amor y con amor. También la fuente de dónde sacan fuerzas para perseverar en esa entrega generosa: la oración, que permite descubrir a Cristo en cada persona necesitada y que ilumina las noches oscuras del alma, de las que nadie, ni siquiera la Madre Teresa, está libre. En cierta ocasión, una periodista le pidió permiso para pasar un día junto a ella. Al despedirse le mostró su admiración por su capacidad de entrega al tiempo que le lanzaba una pregunta capciosa. “Lo que no entiendo, Madre, es por qué dedican ustedes tanto tiempo a la oración”. Teresa le respondió: “Habrá de volver usted otro día; no ha entendido lo más importante”.
La Tribuna de Albacete (5/09/2016)