lunes, 16 de noviembre de 2015

Convulsión en las calles de Paris y en nuestras mentes

Aunque no logren acabar con el terror, 
al menos, no lo multiplicarán

-         ¡Ciento treinta muertos! Escríbelo con lápiz pues los heridos son más de trescientos y en cualquier momento pueden cambiar de columna. El nombre de París, también en lápiz. Mañana puede repetirse una noticia similar en Londres o Madrid.
-         Pero, ¿qué es esa cifra comparada con los que mueren cada día en Siria o en Nigeria?
-         En Siria están en guerra civil y en Nigeria permiten que los asesinos anden sueltos. Aquí, afortunadamente, vivimos en un estado democrático de derecho.
-         Y los que no están de acuerdo con la ley se la saltan o la dinamitan. “Sembrar el terror” parece ser su único objetivo. ¡Bien que lo consiguen!
-         ¡Pues a la cárcel con los terroristas! O, mejor, ¡guerra contra el terrorismo! Ellos han sido los primeros en declararla. 
-         ¿Guerra? Vale, ahora mismo, pero, ¿contra quién? ¿Y cómo? ¿Y para qué? Nos enfrentamos a un pulpo con muchas cabezas. Es difícil frenar el terrorismo. Imposible, si los terroristas son suicidas.
-         Si se matan entre ellos, que se maten, pero que nos dejen tranquilos. Esta es la coartada perfecta para prohibir la inmigración a la UE.
-         Llegas tarde. Los asesinos están dentro. Los de París tenían pasaporte francés. Casi todos ellos, adolescentes dispuestos a inmolar su vida en nombre de Alá  
-         Me acabas de quitar la fe en Dios. Y la fe en el estado democrático de derecho que se ha quedado sin medios para combatir el terrorismo. Y la fe en el estado del bienestar que atrae a esas personas y alimenta su rebeldía.
-         ¡Eso sí que no! No caigamos en la tentación de arrojar por la borda lo mejor de nuestra civilización. 

Tales son los pensamientos que se agolpaban en mi mente tras los últimos atentados de París. El lector perdonará el desorden y las contradicciones. Solo un pasaje evangélico es capaz de devolverme la paz interior: Bienaventurados los que trabajan por la paz y lo hacen de forma pacífica, es decir, con el corazón libre de odio y la ley debajo del brazo. Aunque no logren acabar con el terror, al menos, no lo multiplicarán.
La Tribuna de Albacete (16/11/2015)