lunes, 26 de octubre de 2015

Entre el continente y la mar abierta

La UE ha de escribir, negro sobre blanco, 
los costes para el RU de su salida

Winston Churchill aseguró a Charles de Gaulle que eso de la Unión Europea (UE) le parecía bien para los europeos, no para el Reino Unido (RU). “Si me obligaran a elegir entre el continente y la mar abierta, concluyó, me lanzaría al agua sin pensarlo dos veces”. La personalidad inglesa se ha forjado en oposición al continente europeo. No resulta fácil cambiar estos sentimientos. Ni evitar que los políticos apurados los azuzen de vez en cuando buscando un rédito electoral.
Esto es lo que hizo hace un año David Camerón, el Primer Ministro “tory”. Ante las bajas perspectivas de reelección, prometió un referéndum para decidir la continuidad del RU en la UE. No esperaba ganar las elecciones, ni con esas. Pero las ganó y ahora no le queda más remedio que lidiar el toro del antieuropeismo. Argucia no le falta: “Yo pediré el SÍ a la UE para reformarla desde dentro”. Su problema es que en este tipo de debates los partidarios de la ruptura se organizan mejor y gritan más fuerte. Sus argumentos resultan más fáciles de vender: “Tendréis todos los privilegios de los que hoy disfrutáis como miembros de la UE y, además, quedaréis libres de tantos impuestos y regulaciones como imponen los voraces burócratas de Bruselas”.
La UE es en buena medida responsable de que argumentos tan falaces consigan votos. Se impone un cambio radical de actitud. Por una parte ha de demostrar con obras que ser miembro implica derechos y deberes; y que el entramado de unos y otros mejora la eficiencia económica, el bienestar social y los derechos humanos. Por otra, la UE ha de escribir, negro sobre blanco, los costes asociados a la salida.
No se trata de poner trabas a la marcha del RU o de cualquier otro estado miembro. Prefiero que la UE siga siendo una confederación donde cualquier estado tiene el derecho de salir cuando lo decidan sus ciudadanos. Pero sí conviene aclarar a esos ciudadanos que al marcharse renuncian a las ventajas de una moneda fuerte y de un mercado de 500 millones de ciudadanos, por citar sólo dos.

Si, pese a todo, los británicos quieren lanzarse a la mar abierta que lo hagan. Pero, por favor, no salpiquen.
La Tribuna de Albacete (26/10/2015)