¿Dónde nace esa clarividencia y ese temple?
La memoria
colectiva de un pueblo se nutre de personajes ilustres. Su vida, escritos y
fundaciones constituyen las raíces de un árbol milenario y son capaces de alimentar
hasta las hojas más alejadas, esas que despuntarán varios siglos después. Entre
el puñado de personajes que enraízan la historia de España no duraría en
incluir a Teresa de Ávila.
El próximo
día quince se clausurará el quinto centenario de su nacimiento (Ávila, 1515). Sus
escritos engrandecen la primera parte del Siglo de Oro español. La profundidad
del mensaje le mereció el título de doctora de la Iglesia. Y eso que,
como mujer de su tiempo, apenas tenía estudios primarios.
Le tocó
vivir la época más turbulenta de la historia de la Iglesia: la reforma
protestante y la contrarreforma de Trento. La respuesta española fue más
original y eficaz: un puñado de santos empeñados en reformar la Iglesia y la
sociedad desde dentro, empezando por ellos mismos. “Me determiné –dice Teresa– a hacer
esto poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la
perfección que yo pudiese”.
El fuego no puede mantenerse
oculto. El amor a la Iglesia le impulsó a reformar su propia orden. No debió
ser tarea fácil. A sus colaboradoras les recomienda “una grande y muy
determinada determinación de no parar hasta legar a la meta, venga lo que
viniere, suceda lo que sucediere… (por más que oyeran a sus espaldas): ‘no es
para mujeres que les podrían venir ilusiones’ ”.
¿Dónde nace esa clarividencia
y ese temple, en una persona que se presentaba como “mujer y ruin”? –De la
oración personal, que ella entiende como un trato amigable con quien sabemos nos
ama. La oración es la puerta para entrar en ese castillo interior cuyo centro
lo ocupa Dios. La oración es el alimento diario que nos permite perseverar en
la superación personal y en la entrega desinteresada a los demás.
El consejo es válido para las mujeres y hombres de todos los tiempos, religiosos o laicos. El problema de nuestra generación radica en que ha perdido la llave de la interioridad y parece condenada a vivir fuera de sí. Si no entramos dentro y nos dignamos escuchar la voz de la conciencia, nos convertiremos en veletas movidas por los vientos
que soplan del poder político o económico,
de las modas culturales o de los caprichos de nuestro propio egoísmo.
La Tribuna de Albacete (05/10/2015)