lunes, 25 de mayo de 2015

Torres de Babel

¿Sería mucho pedir a los políticos electos 
que dialoguen con franqueza y espíritu constructivo?

Ayer fue día electoral en toda España: elegimos a los concejales y diputados que, a su vez, elegirán a los alcaldes y presidentes regionales. Una auténtica fiesta de la democracia. Coincidió con otra fiesta, esta de naturaleza religiosa: Pentecostés. La primera lectura de la vigilia nos recordó el triste desenlace de la Torre de Babel. En la tierra, cuenta el texto bíblico, se hablaba una misma lengua  hasta que un grupo de hombres decidió construir una torre tan alta tan alta que llegara al cielo y les garantizara poder y fama sin límites. El castigo de Dios fue peculiar: permitir la diversidad de lenguas. Desde ese momento aquellos hombres, tan orgullosos como mezquinos, fueron incapaces de entenderse. No les quedó más remedios dispersarse dejando la torre inacabada.
El mito de la Torre de Babel encuentra reflejo en los parlamentos, cortes y ayuntamientos actuales. En el Parlamento Europeo se hablan muchas lenguas. No es fácil entenderse cuando un mismo concepto se expresa con diferentes palabras. En la mayoría de parlamentos nacionales se habla una sola lengua pero, a menudo, la misma palabra evoca a cada partido conceptos diferentes, cuando no opuestos. La dificultad de un diálogo constructivo es todavía mayor.
Mientras ha durado el bipartidismo, el Parlamento español ha demostrado cierta eficacia en la aprobación de leyes. El partido en el Gobierno (es decir los cuatro que lo controlan) tomaba una decisión que era refrendada por “su” mayoría parlamentaria. Al resto de parlamentarios solo les quedaba el derecho al pataleo. Desde el 24 de mayo de 2015 los partidos habrán de gobernar en coalición. No será fácil componer esas coaliciones ni sacar adelante proyectos legislativos serios.
En contraste al fiasco de la Torre de Babel, la vigilia de Pentecostés presenta los frutos de la venida del Espíritu Santo. Cuentan los Hechos de los Apóstoles que, aunque en Jerusalén se habían congregado personas de muchas razas, culturas y lenguas, todos ellos entendían a los discípulos de Jesús. Es una muestra de que el lenguaje del amor es universal, máxime cuando se expresa con franqueza y viene avalado por el testimonio personal.
¿Sería mucho pedir a los concejales y diputados electos que dialoguen con franqueza y espíritu constructivo?  ¿O preferimos el espectáculo de unas cortes y ayuntamientos de Babel?

La Tribuna de Albacete (25/05/205)