Si das un pescado al pobre le alimentas por un día.
Si le enseñas a pescar le alimentas de por vida
La
semana pasada, un terremoto en Nepal sepultó en el Himalaya a 7.000
personas. Hace dos semanas, el naufragio
de un pseudo-pesquero ahogó en el Mediterráneo a 700 emigrantes. Dos tragedias
muy diferentes. La primera, excepcional, obedece a fuerzas naturales que, hoy
por hoy, escapan al control humano. La segunda, recurrente, se debe a la acción
u omisión del hombre. Aquí no hay excusas que valgan, podemos y debemos buscar
una solución.
Proteger las
fronteras europeas no es solución para los africanos. Tampoco sirve de mucho la
ayuda humanitaria que, a menudo, acaba en las mafias lugareñas o se transforma
en armas para los grupos terroristas. La solución a largo plazo pasa por
favorecer el desarrollo endógeno de esos territorios: “Si das pescado a un
pobre lo alimentas por un día, si le enseñas a pescar lo alimentas de por vida”,
reza la sabiduría proverbial.
El problema
es tan grave y tan global que habría de ser la propia ONU quien tomara las
riendas del asunto. Tiene medios para ello pero hasta el momento le han faltado
claridad de ideas y voluntad política. Mi propuesta: crear, dentro de la ONU,
un grupo de países en vías de desarrollo con muchas ventajas y alguna
obligación. Entre las primeras, el derecho a recibir ayuda humanitaria,
económica y financiera perfectamente controlada. Los tigres asiáticos
consiguieron levantar una economía abierta al exterior pero internamente
estructurada. ¿Qué impide a los leones africanos conseguir algo parecido? Con
la ayuda del Banco Mundial debiera ser incluso más fácil.
El desarrollo económico en África difícilmente
ocurrirá sin un Estado democrático de derecho que respete y exija el respeto de
los derechos humanos fundamentales. Y que no dé oportunidades para la
corrupción. Este sería el primer compromiso para merecer las ayudas como país
en vías de desarrollo. El segundo renunciar a un ejército propio, institución
que hoy por hoy absorbe la mayor parte del presupuesto público sin ningún logro
aparente. A coste cero y de manera mucho más eficiente, los cascos azules de la
ONU les protegerían de las invasiones externas, del terrorismo interno y de
cualquier acción colectiva que vulnerara la constitución y los derechos
fundamentales.
No se impone
nada a nadie. Que cada país africano decida si quiere seguir como está o si
prefiere entrar en un proceso de desarrollo económico, político y social.
La Tribuna de Albacete (4/05/2015)