Ser el epicentro del mundo tiene su gracia ... y sus desgracias
Los
periódicos del martes veinticuatro de febrero de 2015 abrieron con mapas de España o del
globo terráqueo donde se apreciaba un triángulo rojo a la altura de Albacete. El
día anterior, durante unos segundos, esta zona de la Mancha fue el epicentro
del movimiento sísmico más intenso de la jornada. 5,2 Mw en la escala de Richter no son
tonterías. Recordaremos que con 5,1 Mw el terremoto de Lorca dejó once muertos
y daños urbanísticos todavía apreciables. Por las mismas fechas Japón
experimentó un terremoto-maremoto de 9 Mw que segó la vida de 15.836 personas.
A pesar de
estar en el epicentro, los habitantes de Osa de Montiel, el Bonillo y Albacete
dieron un ejemplo de tranquilidad edificante. Nadie se tiró por la ventana ni
empezó a dar gritos en ascensores abarrotados. Ningún pillo aprovechó la
confusión para lanzarse a la rapiña en los supermercados, escena habitual en
tantos otros lugares asolados por un terremoto.
La propia
tierra manchega nos dio un ejemplo de serenidad y discreción. El terremoto no
estampó su firma en grietas que se tragan a hombres y animales y quedan allí
para la historia. Las aguas de Ruidera permanecieron en sus lagunas habituales;
renunciaron al protagonismo de esos maremotos que siembran caos y pánico por
donde pasan.
Al parecer,
el secreto de tanta calma radicó en que el hipocentro del terremoto manchego estaba
a 10 kilómetros de profundidad (tres veces más hondo que el de Lorca). De aquí
extraigo un par de lecciones para esta columna que lleva por título “tocando
fondo”. La apariencia externa
(epicentro) no es lo único que existe, ni siquiera lo más importante. Las
personas y las sociedades debemos tener unos sólidos fundamentos (hipocentro)
donde enraizar nuestros criterios de conducta. También los criterios para
solucionar los conflictos que inevitablemente surgen en la convivencia diaria a
nivel familiar, laboral o político.
La segunda
lección hace referencia a los peligros que acarrea el ser durante mucho tiempo el epicentro del mundo (o creérselo). En nuestra sociedad, gusta repetir mi
párroco, está creciendo el número de personas con problemas de cervicales. El
mal cabe atribuirlo al excesivo tiempo que pasamos mirándonos al ombligo, como
si fuéramos el centro del mundo. Cuando volvamos a mirar a los hermanos que
tenemos al lado y cuando nos dignemos levantar la vista hacia nuestro Padre
común, se acabaron los problemas de cervicales. Ser el epicentro del mundo
tiene su gracia … y sus desgracias.
La Tribuna de Albacete (02/03/2015)