lunes, 2 de marzo de 2015

Epicentro e hipocentro

Ser el epicentro del mundo tiene su gracia ... y sus desgracias

Los periódicos del martes veinticuatro de febrero de 2015 abrieron con mapas de España o del globo terráqueo donde se apreciaba un triángulo rojo a la altura de Albacete. El día anterior, durante unos segundos, esta zona de la Mancha fue el epicentro del movimiento sísmico más intenso de la jornada. 5,2 Mw en la escala de Richter no son tonterías. Recordaremos que con 5,1 Mw el terremoto de Lorca dejó once muertos y daños urbanísticos todavía apreciables. Por las mismas fechas Japón experimentó un terremoto-maremoto de 9 Mw que segó la vida de 15.836 personas.
A pesar de estar en el epicentro, los habitantes de Osa de Montiel, el Bonillo y Albacete dieron un ejemplo de tranquilidad edificante. Nadie se tiró por la ventana ni empezó a dar gritos en ascensores abarrotados. Ningún pillo aprovechó la confusión para lanzarse a la rapiña en los supermercados, escena habitual en tantos otros lugares asolados por un terremoto.
La propia tierra manchega nos dio un ejemplo de serenidad y discreción. El terremoto no estampó su firma en grietas que se tragan a hombres y animales y quedan allí para la historia. Las aguas de Ruidera permanecieron en sus lagunas habituales; renunciaron al protagonismo de esos maremotos que siembran caos y pánico por donde pasan.   
Al parecer, el secreto de tanta calma radicó en que el hipocentro del terremoto manchego estaba a 10 kilómetros de profundidad (tres veces más hondo que el de Lorca). De aquí extraigo un par de lecciones para esta columna que lleva por título “tocando fondo”.  La apariencia externa (epicentro) no es lo único que existe, ni siquiera lo más importante. Las personas y las sociedades debemos tener unos sólidos fundamentos (hipocentro) donde enraizar nuestros criterios de conducta. También los criterios para solucionar los conflictos que inevitablemente surgen en la convivencia diaria a nivel familiar, laboral o político.
La segunda lección hace referencia a los peligros que acarrea el ser durante mucho tiempo el epicentro del mundo (o creérselo).  En nuestra sociedad, gusta repetir mi párroco, está creciendo el número de personas con problemas de cervicales. El mal cabe atribuirlo al excesivo tiempo que pasamos mirándonos al ombligo, como si fuéramos el centro del mundo. Cuando volvamos a mirar a los hermanos que tenemos al lado y cuando nos dignemos levantar la vista hacia nuestro Padre común, se acabaron los problemas de cervicales. Ser el epicentro del mundo tiene su gracia … y sus desgracias.

  La Tribuna de Albacete (02/03/2015)