Estilos de vida: libertad y diversidad
versus orden público y armonía
En este año
electoral, rabiosamente electoral, no iría mal disponer de un mapa que
permitiera localizar en el espectro político a los partidos. Nos serviría, de
paso, para ubicarnos a nosotros mismos. Aprovechándo las coordenadas clásicas
podríamos utilizar el eje “izquierda-derecha” para los estilos personales y relaciones
sociales, el eje “abajo-arriba” para el
sistema económico y el eje “cerca-lejos” para la organización política. Simplificar
tiene sus riesgos. Cada eje, a modo de gruesa soga, se compone de varios
cordeles que podrían reclamar un trato diferenciado.
Hoy vamos a
analizar el primero de los tres ejes. A la izquierda quedarían aquellos que
ponen el énfasis en la libertad individual como estilo de vida personal y de
convivencia. Para ellos la diversidad y el cambio son valores en sí mismos. A
la derecha situaríamos aquellos que ponen el énfasis en el orden público, la
armonía y la paz social. Como buenos conservadores que son, tratarán de
mantener lo positivo de la herencia recibida; cambios, los imprescindibles y
con cuenta gotas.
Para que la
convivencia sea pacífica y la humanidad sobreviva, unos y otros han de aceptar
un puñado de derechos y libertades fundamentales. Su mejor expresión la
encontramos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 que,
lamentablemente, no siempre se respeta.
El problema
endémico de la izquierda se llama relativismo moral. Entiendo que haya
gente que prefiera aquellos edificios donde cada piso exhibe una decoración
diferente y hasta los tabiques son movibles. Pero, ¿pueden desplazarse las
columnas basilares sin riesgo de hundir al edificio? Pánico me dan quienes
inventan nuevos derechos para escamotear el derecho a la vida y otros que
derivan directamente de la dignidad de la persona humana.
El
fundamentalismo es el primero de los males endémicos de la derecha. En
lugar del esfuerzo personal por respetar ese puñado de derechos fundamentales, los
fundamentalistas se empeñan en hacer pasar a todos por el estrecho tubo que
ellos mismos han diseñado. Otro de sus males endémicos consiste en confundir
“el odio al mal” con el “odio al maleante”, incluso después de haber saldado
sus cuentas con la justicia. Su aversión a la diversidad degenera fácilmente en
xenofobia.
En un mundo esférico los
extremos se dan la mano. Nadie está inmune a los males que critica en el
adversario. Las ideologías de extrema izquierda (marxismo e ideología de
género) también adolecen de un fundamentalismo inconfesable. Empiezan pidiendo
tolerancia para sus valores y estilos de vida; acaban imponiéndolos a los demás a través de un proceso de reeducación. ¡Y
pobre del que no se deje reeducar!
La Tribuna de Albacete, 9/03/2015