domingo, 28 de septiembre de 2014

Vergüenza propia y ajena

Me duele que la vida humana 
sea utilizada como arma arrojadiza con fines electoralistas

Lo que más me duele del debate sobre el aborto es que la vida humana sea utilizada como arma arrojadiza con fines electoralistas. Lo que más me sorprende es que las flechas vayan siempre en la misma dirección. Cada vez que la izquierda pasa por la Moncloa da una vuelta de tuerca sobre el cuello del nasciturus con el ánimo de  conseguir un puñado de votos radicales. Y cuando llega la derecha blinda ese “avance”, temerosa de perder otros tantos votos.
Me tranquiliza saber que la victoria final del derecho a la vida está asegurada. La alternativa sería acabar con los derechos humanos y con la propia humanidad. ¿Qué barbaridad no podría hacerse contra el prójimo si matar un ser humano en el seno materno pasara a ser un símbolo de progreso?  La espiral de barbarie nos obligará a recapacitar.
Mi confianza se acrecienta tras analizar el tortuoso camino que han recorrido otros derechos humanos. ¿Es posible la esclavitud en un país cuya Ley Fundamental reconoce que “todas las personas nacen libres e iguales”? Sabemos que sí. La esclavitud fue la pieza clave de la economía norteamericana hasta su guerra civil (1860-65). Uno de los desencadenante de aquella guerra fue, precisamente, la sentencia donde se reconocía que en los EE.UU. todas las personas nacían libres e iguales, excepto los negros… que no eran personas. Opiniones de este tipo nos causan hoy vergüenza ajena. ¡Afortunadamente!
¿Es posible elevar el aborto a la categoría de derecho fundamental en un país cuya declaración de derechos humanos (art. 15 CE) empieza así: “Todos tienen derecho a la vida”? A la vista está. Vergüenza ajena sentí al escuchar a la Ministra de Igualdad en su defensa de la última ley del aborto: “El feto es un ser vivo pero no podemos hablar de un ser humano”. Sra Aído, consulte a los científicos. Y si encuentra tres que coincidan en señalar un momento de inicio de la vida diferente al de la concepción, les daremos el premio Nobel de Medicina.

Pero no basta con sentir vergüenza ajena. La recuperación de nuestra sociedad no empezará hasta que sintamos vergüenza propia por los caminos que hemos abierto para banalizar la vida. Mientras tanto unamos fuerzas para ayudar a las mujeres que, apreciando la vida, se sienten angustiadas por su embarazo. No se trata de proteger al nasciturus respecto a su madre. Hay que proteger a los dos.

La Tribuna de Albacete (29/09/2014)