¿Y si promoviéramos un cambio de dinastía
para los próximos trescientos años?
Por lo que
he leído estos días, la desafección de una parte importante de los catalanes deriva
de la Guerra de Sucesión Española (que no “secesión”) cuyo tercer centenario
estamos celebrando. Los territorios de
la antigua Corona de Aragón, aunque no de forma unánime, se mantuvieron fieles
a la dinastía de los Habsburgo y pelearon por el archiduque Carlos de Austria. Los
Países Bajos e Inglaterra les apoyaron para evitar la concentración de poder en
Francia. Castilla, Navarra y las provincias vascas, hartos de reyes impotentes
en todos los sentidos de la palabra, apostaron por el Borbón Felipe de Anjou. Vencieron
los borbones. Felipe V, a imagen y semejanza de lo que habían hecho su padre y sus
abuelos en Francia, aplicó el rodillo centralista sobre el modelo federalista
pactado por los Reyes Católicos. Son los decretos de Nueva Planta que salieron
de la pluma de Melchor de Macanaz, un jurista de Hellín.
Y digo yo, ¿no
podríamos promover un cambio de dinastía para los próximos trescientos años?
¿Queda algún descendiente de los Habsburgo? Parece que no; la endogamia provocó
su extinción. Bueno, pues coronemos a algún catalán y que sirva de reparación
por lo mal que les trató Felipe V. ¿Hay alguien con ocho apellidos catalanes que
se atreva a optar a la corona española?
El Molt
Honorable Artur Mas i Gavarró podría ser un candidato idóneo. Me temo, sin
embargo, que pronto quedaría decepcionado al constatar lo poco que manda el rey
en una monarquía constitucional como la nuestra. Posiblemente pediría su reincorporación
como President de Catalalunya exigiendo, eso sí, las instituciones medievales suprimidas
por Felipe V. Su decepción sería todavía mayor al comprobar que las Corts y el Consell
de Cent tenían un poder efectivo muy inferior al del Parlament y la Generalitat
de nuestros días.
La desafección catalana no
radica en derechos históricos ni en agravios económicos. Se mire como se mire,
Cataluña nunca ha disfrutado de tanto autogobierno ni ha generado tanta riqueza
como en la situación actual, bajo la Constitución de 1978. El rencor se ha
alimentado con la manipulación de los sentimientos colectivos a través del
sistema educativo y de los medios de comunicación.
La Tribuna de Albacete )(15/09/2014)