“De callar
no te arrepentirás nunca; de hablar muchas veces”, reza el viejo proverbio. Entre las personas que hoy
deben estar lamentándose por las palabras pronunciadas la semana pasada se
encuentra Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios. Se limitó a
decir que, como empresaria, ella tenía cierta reticencia a contratar mujeres en edad
fértil. Suficiente como para desatar la ira de todo el arco político. “Bochornoso”,
“vergonzoso”, fueron los comentarios más suaves que escuchó. No voy a defender
a la Sra. Oriol cuyo discurso me pareció pobre, en todos los aspectos,
empezando por el gramatical. Sí recordaré que no hizo más que airear una vieja
polémica en economía laboral todavía por resolver.
Para empezar
hay que reconocer que en España y en todo el mundo existe discriminación contra
la mujer en su sentido más elemental: a menudo, por un mismo trabajo y con la
misma capacitación, la mujer cobra menos que el varón. Los políticos suelen
atribuir este resultado a prejuicios sociales que tratan de erradicar desde
arriba, a golpe de decreto-ley. Ya llevamos muchos con resultados más bien
mediocres. La economía positiva (la que busca explicar los fenómenos que
observamos en la realidad) profundiza un poco más. Si las empresas pueden
obtener los mismos resultados a menor coste –se preguntan estos economistas–
¿por qué no despiden a los varones y contratan a las mujeres en paro? ¿No habrá
alguna diferencia real? Existe –concluyen– una diferencia biológica: la maternidad. Una
diferencia que lleva aparejados mayores riesgos de intermitencia laboral y que
mueve a los empresarios a ajustar el salario femenino a la baja. De no ser
posible, se resistirán a contratar mujeres lo que explicaría las mayores tasas
de paro femenino.
Sobre
estas bases ha de actuar la economía normativa, la que busca mejorar la
situación real apuntalando instituciones como la familia y la maternidad sobre
las que descansa la sociedad y la propia economía. A mi entender, la mejor
contribución del Estado en este terreno es diluir el riesgo del que hablábamos
antes. ¿Cómo? Haciéndose cargo de los costes especiales que derivan la suspensión
temporal del trabajo a causa de maternidad. Es un ejemplo de una discriminación
positiva “sensata”, que sabe conjugar la igualdad con la libertad. Si no
atacamos el problema de la discriminación laboral contra la mujer en sus raíces
difícilmente podremos solucionarlo.
La Tribuna de Albacete (06/10/2014)