miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tres lecciones keynesianas para economistas liberales

En una situación de “incertidumbre fundamental” es lógico que los empresarios 
extremen la prudencia y administren sus inversiones con cuentagotas

                La semana pasada nos lamentábamos de la pérdida de la capacidad de diálogo a la que parece abocada la especie humana. En estos momentos, cuando el terreno económico se desmorona bajo nuestros pies, me preocupa recuperar el diálogo entre los dos enfoques típicos de la economía: el intervencionista y el liberal. Son ellos quienes controlan, con mayor o menor éxito, los centros de poder: los think-tank donde se generan las nuevas ideas y los organismos que deciden como llevarlas a la práctica. Unos y otros harían ver en escuchar con sosiego las críticas y los argumentos del contendiente. Seguro que encontrarían alguna pepita de oro con la que pueden enriquecer su paradigma sin renunciar a sus principios ni a su labor crítica.
                Los liberales prefieren construir el mundo de abajo arriba. Confían en la potencialidad de la iniciativa privada cuando actúa de forma libre y responsable, es decir, cuando interioriza los beneficios derivados de su conducta y asume los fracasos y perjuicios atribuibles a la misma. Me parece un buen punto de partida. El peligro de este planteamiento consiste en creer que, dejada a sí misma, la economía tiende al equilibrio de pleno empleo y garantiza una asignación perfecta de los escasos recursos de la sociedad. Estos economistas harían bien en pensar sobre tres de los mensajes de lanzó Keynes en su “Teoría general del empleo, el interés y el dinero” y que resumiremos a continuación.
                La piedra angular de la teoría keynesiana se llama “principio de la demanda efectiva”. El nivel de producción de equilibrio en un momento dado no depende de la capacidad productiva sino de la demanda esperada a precios normales. Imaginemos una economía que cuenta 25 millones de trabajadores capaces de utilizar la maquinaria instalada para producir bienes y servicios por valor de 1,25 billones de euros.  Pues bien, si la demanda esperada por los empresarios a precios normales se reduce a 1 billón d euros, ese será el nivel de producción de equilibrio por más que un 25% de la población activa quede desempleada. El desempleo no afecta a la cuenta de resultados de las empresas y como son ellas las que manejan las riendas de la economía, no hemos de esperar que sea reabsorbido automáticamente. ¿Hace falta que pongamos ejemplos?
                “La fragilidad financiera del capitalismo” es la segunda lección a tener en cuenta. En el mundo de los negocios se ponen al mismo nivel la inversión productiva y la financiera. ¡Craso error! La inversión productiva está destinada a producir bienes y servicios, cuya venta generará unos beneficios. De esa inversión y solo de ella surgen los nuevos puestos de trabajo. La inversión financiera busca la rentabilidad resultante de los dividendos (que son un parte de los beneficios) pero también las plusvalías que resultan de la especulación. La “financialización” de la economía va en aumento y amenaza con convertir al sistema financiero en una máquina de generar burbujas especulativas que dañan a la economía real tanto cuando se inflan como cuando estallan. Si estas compras especulativas se financian con crédito tendremos, además, una deuda ingente que acabará convirtiéndose en la peor losa para la recuperación económica. ¿Hace falta que pongamos ejemplos?
                Los economistas convencionales insisten que estas crisis recurrentes son propias de economías donde los agentes no actúan de manera racional y donde las instituciones económicas rompen la flexibilidad propia del mercado. Sí y no. Los mayores esfuerzos de Keynes fueron precisamente dirigidos a demostrar que el equilibrio con desempleo y las burbujas financieras eran el resultado normal de mercados normales donde actuaban agentes racionales. El problema de fondo es que estos agentes están sometidos a una “incertidumbre fundamental” sobre el futuro y que esta incertidumbre provoca una parálisis contagiosa. En una situación tan crítica como la actual es lógico esperar que los empresarios extremen la prudencia y administren sus inversiones con cuentagotas. Ahora bien, si la mayoría de los empresarios actúa con esta lógica, la inversión productiva será incapaz de absorber el ahorro. El sistema entrará en una espiral de contracciones sucesivas que nos llevarán a una recesión tan grave como la que estamos padeciendo. En la bicicleta, si no pedaleas caes. En economía, si no hay inversión productiva la recesión es inevitable. ¿Hace falta que pongamos ejemplos?

La Tribuna de Albacete (28/11/2012)