lunes, 19 de noviembre de 2012

¡¿Es posible el diálogo?!

Basta un pequeño sesgo ideológico para impedir que dos personas se escuchen
y se enriquezcan mutuamente

                La capacidad de dialogar es uno de los atributos de la especie humana. ¡Lástima que se utilice tan poco y que, por falta de uso, se esté atrofiando! Mi clase de COU (eso fue en el pasado milenio) se prestó como conejillo de indias para un experimento de psicólogos.  Nos emparejaron y nos dieron un tema de discusión con una regla clara de conducta: antes de exponer tus propias ideas debías resumir la intervención del otro y responder a las preguntas concretas que te había formulado. ¿Sencillo, verdad? Pues todas las parejas quedaron atascadas. Cuando oíamos el resumen que el rival hacía de nuestra intervención nos parecía que, por ignorancia o malicia, estaba malinterpretando nuestras palabras.
¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría en el Congreso si las intervenciones de sus señorías pasaran por ese cedazo?  En el Parlamento se “parla” mucho; se escucha poco. ¿Para qué escuchar –dirán algunos–  a fin de cuentas lo único que importa es el resultado de la votación final? Me temo que los señores de negro que andan mirando donde recortar gastos pronto descubrirán un gran filón en los órganos de participación democrática. En lugar de pagar sueldos y dietas a 100, 200 ó 400 diputados bastaría con dar un mando a distancia al líder de cada partido político y asignarle un peso equivalente al número de escaños que le corresponde.  
La prueba más sangrante de la incapacidad de diálogo se aprecia en los debates televisivos “cara a cara” entre los candidatos a la presidencia de cualquier país. Entiendo que lo único que podría medirse objetivamente en esos debates es la capacidad de diálogo de los contrincantes. ¿Se ha enterado de las críticas que le lanzaba el adversario? ¿Ha respondido a sus preguntas?  ¡Mal presidente será el que suspenda en ambas facetas! Y, sin embargo, esos debates “cara a cara”, que tanto influyen en el voto de los indecisos, los suele ganar el más caradura: el que no tiene reparo en cortar al otro sin respetar el turno de palabra; el que es capaz de mentir sin fruncir el ceño. 
Por supuesto, el problema del diálogo no es exclusivo de la clase política. El lugar de una coma en el Credo ha dado lugar a disputas milenarias entre las iglesias. Una palabra del Credo (el famoso “filioque” aprobado en el primer Concilio de Toledo del año 397) acabó causando el cisma de la Iglesia de Oriente (en 1054) que se autoproclamó “Ortodoxa”.  Mil años hubieron de pasar hasta que Joseph Ratzinger, a la sazón Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, propusiera la eliminación de tan controvertida e insignificante palabra.
En el mundo científico nos hemos especializado de tal manera que resulta difícil dialogar con el profesor que ocupa el despacho de enfrente. Un economista teórico tiene poco que comunicar y aprender de otro economista que ha fijado su atención en los aspectos institucionales. Dos economistas teóricos están condenados al aislamiento si uno se especializa en microeconomía y otro en macroeconomía. ¿Estará asegurado el entendimiento o, al menos, el diálogo, entre esas dos macroeconomistas que estudian la crisis económica, que comparten despacho y que corren el riesgo de perderlo a causa de esa crisis? Pues ni siquiera eso.  Basta un pequeño sesgo ideológico para impedir que los dos se escuchen y se enriquezcan mutuamente. Si tan difícil resulta el diálogo entre dos economistas, ¿qué diremos entre un jurista y un literato? ¿O entre un biólogo y un filósofo?  Sólo es posible hablar del tiempo.
Me resisto a creer que sea imposible encontrar puntos de intersección de mayor calado y utilidad. O que un diálogo sincero y amigable no pueda enriquecer a dos economistas de diferente formación, a dos políticos que militan en partidos distingos o a dos ciudadanos procedentes de sendas matrices ideológicas. Una de las labores pendientes en la universidad y en los medios de comunicación (me refiero a los auténticos intelectuales) es la de crear lugares de encuentro y diálogo, lugares desde donde se tiendan puentes. Más de uno quedará sorprendido al comprobar que lo que ellos “consideraban posiciones extremas” apenas estaban separadas por unos centímetros.

La Tribuna de Albacete (21/11/2012)