miércoles, 10 de octubre de 2012

San Juan de Ávila, un manchego universal

Los santos son el mejor regalo de la Iglesia a la humanidad.
Todavía más cuando a la santidad personal se une la sabiduría.


Siete de octubre de 2012. No es un domingo cualquiera. La plaza del Vaticano está a rebosar. ¡Y mira que es grande!  Benedicto XVI se dispone a declarar a San Juan de Ávila doctor de la Iglesia Universal. Entre la multitud sobresale una pancarta de Almodóvar del Campo, pueblo de Ciudad Real donde nació el Santo como regalo de Reyes del año 1500. También de Montilla (Córdoba), donde murió el 10 de mayo de 1569. Otro estandarte reza: “Los seminaristas de Córdoba, al apóstol de Andalucía”. Varios centenares de personas, en su mayoría jóvenes, pintan el paisaje con unas pañoletas naranja donde se lee: “Obra de San Juan de Ávila”. ¡Quinientos años después, el santo continúa vivo y operante!  Lo será todavía más a partir de hoy cuando su nombre pase a formar parte del reducido grupo de doctores.  Hasta el momento sólo había tres españoles: San Isidoro de Sevilla, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
                San Juan de Ávila era hijo único de una familia acomodada.  Realizó brillantes estudios legales en la Universidad de Salamanca y teológicos en la de Alcalá. Ordenado sacerdote, y ya fallecidos sus padres, repartió toda su hacienda a los pobres y se fue a Sevilla deseoso de misionar en tierras americanas. No llegó a embarcarse. El arzobispo de Sevilla le convenció que las gentes de Andalucía también requerían de un predicador de su talla. Con razón el Papa invitó a considerar el ejemplo del apóstol de Andalucía a los cientos de obispos allí congregados para el Sínodo sobre la Nueva Evangelización.  
                Esta misma semana se celebrará el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. San Juan de Ávila puede considerarse precursor del mismo en uno de sus puntos centrales: la llamada universal a la santidad. El santo insiste que el camino es empinado pero no complicado. “Los pies con que nuestra alma se mueve son el examen y la oración. Con los primero se va al conocimiento propio; con el segundo, al amor de Dios y del prójimo”. Insiste, por una parte, en que “toda felicidad y aprovechamiento de un alma está en conocerse y enmendarse”. Recuerda, por otra, que necesitamos y podemos contar con la ayuda divina: “Los que quieren valerse con tener cuidado de sí en hacer cosas agradables a Dios y no curan de tener oración, con una sola mano nadan, con una sola mano pelean y con un solo pie andan”.  
                El manchego tuvo palabras para todos. Se acercaron a pedirle consejo los grandes santos del siglo de oro español: Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Francisco de Borja, Juan de Ribera, Juan de la Cruz, Pedro de Alcántara, Tomás de Villanueva y Teresa de Jesús. Los sacerdotes diocesanos fueron, no obstante, la niña de sus ojos. Ante los cismas que estaban escindiendo la cristiandad, la solución que propone en los memoriales escritos para el Concilio de Trento consiste en asegurar una buena formación intelectual y espiritual de los sacerdotes, formación que nunca podría darse por acabada. Para este fin fundó en Andalucía una quincena de colegios (precedentes de los seminarios), además de la Universidad de Baeza. Llama la atención que nunca pusiera el énfasis en el número; lo importante era la calidad, esto es, en la santidad de vida de seminaristas y sacerdotes.
                En el palco de la Plaza del Vaticano no faltaron representantes de los gobiernos de España y Castilla La Mancha. También los políticos encontrarán algún consejo útil en la decena de cartas que dirige “a un señor de estos reinos”. Allí leemos: “Mire y remire el que gobierna república si tiene esta fortaleza de amor, que, como fuerte vino, le embriague y saque de sí y de sus intereses y pase a ser padre de muchos con el amor y esclavo de ellos con el trabajo”.
                Los santos son el mejor regalo de la Iglesia a la humanidad. Todavía más cuando a la santidad personal se une la sabiduría. Con su vida y doctrina, San Juan de Ávila mostrará el camino a los que buscan la verdad sinceramente y tienen humildad para dejarse iluminar por un manchego del siglo XVI que ardía con el fuego de Cristo.

 La Tribuna de Albacete (10/10/2012)