miércoles, 26 de septiembre de 2012

El tren del estado-nación ya ha pasado

A un estado lejano y multicultural no le quedará más remedio
que respetar la libertad personal.

La mayoría de los movimientos separatistas, el catalán es un ejemplo paradigmatico, se inspiran en el señuelo del “estado-nación”: cada nación ha de tener su propio estado; cada estado ha de identificarse con una nación. Los jacobinos dirán que es una idea “demoniaca” y, por tanto, peligrosa. Yo prefiero catalogarla como una idea “decimonónica” y por tanto inofensiva. Para bien o para mal, el tren del estado-nación ya ha pasado.
En el siglo XIX aquella idea romántica del estado-nación tenía cierto sentido pues había comunidades con señas de identidad cultural (lengua, costumbres, derecho), comunidades que ocupaban un territorio donde el ejército y otras instituciones estatales podían prestar eficientemente los servicios que se le encomendaban.
La primera observación que deseamos poner sobre el tapete es que la nación no nace, se hace. Cuando el mosaico del Imperio Romano se rompió en mil pedazos cada comarca o condado desarrolló su propia lengua que no dejaba de ser una variante degenerada del latín. Por extraño que parezca, las lenguas romances las inventaron los analfabetos que hablaban “de oído”. Las personas que sabían leer y escribir siguieron utilizando el latín imperial. La recomposición del mosaico se hizo gradualmente y nunca en plenitud. Los príncipes y reyezuelos de la Baja Edad Media cumplieron la función de integración política y normalización lingüística. No fue tarea fácil. Costó sangre, sudor y lágrimas imponer la fabla del condado dominante sobre los aledaños.
Si resulta polémico hablar de nación catalana en el siglo XIX, ¿qué diremos en los albores del siglo XXI?  Barcelona aglutina un tercio de la población de Cataluña. Si de alguna cosa puede presumir la ciudad condal es de ser tan cosmopolita y multicultural como Madrid o Nueva York. El Barça es posiblemente el único elemento aglutinador de la variopinta población residente en Cataluña. ¿Podrá montarse una nación sobre un balón blau-grana?
El concepto de estado, por su parte, tampoco ha dejado de evolucionar, con los golpes recibidos a diestra y siniestra. Los avances tecnológicos y la globalización económica (ambas fuerzas están relacionadas) reclaman la concentración de poderes. Las funciones tradicionales del estado sólo pueden prestarse de forma eficiente a una escala mayor. Europa necesitaba una moneda única, amén de una política monetaria y cambiaria común. Ya las tenemos. La crisis actual ha puesto de manifiesto la necesidad de un sistema fiscal europeo que permita una política macroeconómica unificada. Otro tanto cabe decir de la función de defensa, la persecución del crimen organizado o la seguridad social. ¿Qué sentido tiene reclamar un estado decimonónico?
¿Significa que la situación actual es inamovible y seguirá per secula seculorum? De ninguna manera. No tengo una bola de cristal que me diga cómo será la organización política dentro de un siglo, pero confío que logrará una sabia combinación de las fuerzas centrípetas y centrífugas que han convivido en la historia de la humanidad y de cada pueblo. Posiblemente solo permanecerán los dos extremos (el mundo y el municipio), pues solo ellos tienen fundamentos naturales. La defensa y la estabilidad macroeconómica serán absorbidas por organismos internacionales. Los servicios de saneamiento, el alumbrado o el tráfico urbano quedarán en el municipio. En este esquema cabe imaginar la presencia de cuerpos intermedios que defiendan e impulsen una lengua, una cultura o una religión. No tendría sentido, sin embargo, que estos cuerpos reclamen las funciones propias del estado.
Dado que el estado es y seguirá siendo necesario, mi deseo es ubicarlo lo más lejos posible. A un estado lejano y multicultural no le quedará más remedio que respetar la libertad de los individuos, las familias y la sociedad civil. Libertad para hablar en la lengua que quieran, elegir hospital y colegio, o educar a sus hijos en los valores y estilos que estimen preferibles. Lamentablemente, este tipo de libertad no la desean ni los estados surgidos en la edad moderna, ni los soñados por quienes siguen en el andén esperando el tren del estado-nación.

   La Tribuna de Albacete (26/09/2012)