miércoles, 12 de septiembre de 2012

¿Cabalgata hacia el pasado o hacia el futuro?

Una pesadilla que es preferible olvidar pues no estamos preparados para afrontarla.

Como tantos otros albaceteños, en la tarde del día siete de septiembre presencié la cabalgata de la feria a su paso por la Calle Ancha.  Y como en tantas otras ocasiones me invadió cierta nostalgia por unas formas de vida que ya nunca volverán. 
La tradicional cabalgata nos retrotrae a una economía rural, sobria en medios materiales pero rica en relaciones humanas. La mayoría de las carrozas rememoraban los patios manchegos donde los vecinos se juntaban para merendar y dialogar acerca de todo lo humano y lo divino. Sobre la mesa buen chorizo procedente de la matanza del cerdo, queso de oveja  bien curado y vino de la bodega propia. El caño del porrón y la bota eran tan estrechos que difícilmente podían emborrachar a un niño. La alegría de aquellas veladas manaba de una vida sana y unas mentes abiertas acostumbradas a pensar y dialogar.
                Otras carrozas rememoraban la vida económica de hace un siglo. Los segadores y segadoras mostraban que para ganarse el pan de cada día había que trabajar de sol a sol. Los molinos de viento suministraban la energía más limpia y barata que cabe imaginar.  Los carruajes o el trenecito de vapor, además de facilitar el transporte, daban la oportunidad de contemplar el paisaje y entablar nuevas amistades. 
                Nadie pone en duda las enormes ventajas de la vida moderna marcada por la globalización y la tecnología. Pero lamentablemente el río del progreso técnico también se ha llevado por delante algunos de los encantos de la sociedad tradicional. Ya no quedan patios y calles donde organizar tertulias. Cada familia se encierra en su piso y cada miembro de la familia queda atrapado por la televisión, la video-consola o ese iPhone que te conecta a cincuenta mil amigos virtuales a costa de tu hermano o vecino.  Quienes se atreven a salir de casa para juntarse con amigos reales se sienten obligados a poner por medio  un botellón.  El alcohol y los decibelios de la música impiden pensar y comunicarse. ¿Hay pérdida mayor?
                Esta es la primera parte de la historia que hoy les quería contar. El día ocho a mediodía volví a encontrarme con la cabalgata en la Calle Ancha, convertida en el escenario de la tradicional batalla de flores (de confeti y caramelos para ser más precisos). Las carrozas eran las mismas. Pero alguna transformación debió ocurrir en mi mente para que las viera de forma totalmente diferente.  En lugar de retrotraerme al pasado, las carrozas me proyectaron al futuro. Me advertían cómo podría ser mi jubilación si la crisis económica, social y moral siguiera su curso y se desmoronan las formas de vida a las que estamos acostumbrados.
                “Imposible”, pensé, pero una voz me corrigió: "¿Hay algo imposible en esta vida?" Tampoco los ciudadanos de la Roma Imperial podían imaginarse que en el espacio de unas  décadas la ciudad eterna caería bajo las hordas de pueblos bárbaros. Nadie podía pensar que los espectáculos deportivos del Circo Máximo o las peleas de gladiadores que llenaban el Coliseo desaparecerían para siempre. Ningún romano estaba ni mental ni físicamente preparado para huir de la ciudad y refugiarse en el campo para pastorear rebaños de ovejas y vacas.  No les quedó más remedio que hacerlo ... y así les fue. El retroceso económico fue dramático.
                Me pellizqué para ahuyentar la pesadilla y volver a la plácida vida que había detrás de la cabalgata de 2012.  Lo único que conseguí fue despertar nuevas inquietudes. ¿Y si aquellos fantasmas se hicieran realidad? ¿Habría alguien interesado en escuchar las lecciones de un profesor y pagarle con un queso o una chaqueta de lana? En caso negativo, ¿quién me enseñaría a ordeñar a las ovejas y preparar queso manchego? ¿Quién me ayudaría a matar al cerdo y curar los jamones? ¿Sabría tejer un jersey o, al menos, remendarlo? ¿Qué tierras iba yo a arar y de dónde sacaría los aperos de labranza?
                Por favor, lector, hoy no me has de tomar en serio. Soy víctima de una pesadilla. Una pesadilla que es preferible olvidar pues no estamos preparados para afrontarla.
La Tribuna de Albacete (12/09/2012)