jueves, 20 de septiembre de 2012

Anverso y reverso del separatismo.

No puede aspirar a ser un Estado europeo quien no respeta las reglas del Estado de Derecho

El 11 de septiembre se organizó en Barcelona una manifestación independentista multitudinaria bajo el lema “Cataluña, nuevo Estado europeo”. Si tocamos el fondo del asunto, que es el objetivo de esta columna, comprenderemos que el señuelo del independentismo combina una serie de verdades a medias y de mentiras enteras.  Para asegurarse  que una moneda o billete tiene validez hay que inspeccionar la cara y la cruz, el anverso y el reverso.
“Con la independencia –prometen los separatistas– tendremos más recursos financieros para hacer lo que queramos, sin perder ninguno de los privilegios de los que disfrutamos hasta ahora”.  Me pregunto yo: ¿No pagarán impuestos a la UE que, de convertirse en un Estado federal, absorbería fácilmente el 30% de la renta? También en Europa el principio de progresividad llevará a que las regiones ricas contribuyan al erario público más que las pobres.  ¿Dónde preferirían encontrarse los independentistas catalanes: entre las regiones ricas o entre las pobres de Europa?
Supongamos lo imposible: todos los impuestos se quedan en Cataluña. ¿Bastarian para pagar los servicios propios de un Estado? Los independentistas sólo cuentan los servicios transferidos (sanidad y educación, en particular). Pero, ¿y la defensa, la persecución del crimen organizado, la seguridad social y el resto de competencias propias de un Estado?
¿Y qué pasaría con las cuentas exteriores? Cataluña tiene una balanza deficitaria con la UE pero un enorme superávit con el resto de España.  Éste ha sido su principal motor de crecimiento desde el siglo XIX.  ¿Qué pasaría si las regiones españolas reinstalaran las aduanas internas o promovieran un boicot a los productos procedentes de ese nuevo Estado que está a las maduras, pero no a las duras? La economía catalana se hundiría en cuatro días.
Desde la sociología, el independentismo presenta a Cataluña como una nación homogénea internamente y diferente del resto de España. La verdad es que la heterogeneidad es tan fuerte dentro de Cataluña como dentro de España.  Dicho de otra manera, hay más semejanzas entre Barcelona y Madrid que entre  Barcelona, Lleida o un pueblo del Pirineo catalán que, a su vez, es muy parecido a cualquier pueblo del Pirineo Aragonés o de la sierra madrileña. La conflictividad, innata a la especie humana, corroe tanto los estados grandes como los pequeños, aunque la sangre se aprecia mejor en los pequeños.
El engaño político del separatismo consiste en alimentar la esperanza de que, tras romper con España, Cataluña se convertiría automáticamente en un nuevo Estado europeo.  Los días anteriores a la manifestación, los máximos dirigentes europeos advirtieron que los territorios seccionados no forman parte de la UE. Para conseguirlo han de pedir la adhesión al cabo de un tiempo y ésta ha de ser aprobada por todos y cada uno de los actuales estados europeos. ¿Alguien sensato puede pensar que el Estado español apoyará al catalán si este se independiza a las bravas, pasándose por alto las leyes y la Constitución?
No faltan precedentes modernos de secesión, pero es difícil extrapolarlos a un Estado como el español o el francés que cuentan con más de quinientos años de historia y se rigen por sendas constituciones democráticas. A los separatistas les encandila el ejemplo de Checoslovaquia, la cual se escindió por mutuo acuerdo en dos estados que hoy son miembros de pleno derecho de la UE. Correcto. Pero no podemos olvidar que en el caso español, el acuerdo previo pasa por una modificación constitucional que cree un Estado español sin Cataluña o que convierta a España en una confederación donde cada región puede pedir la independencia a la carta.
Dentro de un par de días se reunirá el Presidente del Gobierno español con el de la Generalitat.  Si yo fuera Rajoy iría con la Constitución en la mano y aconsejaría a Mas que si de verdad aspiran a la independencia, empiecen por promover una reforma constitucional que aglutine a la mayoría de españoles. No puede aspirar a ser un Estado europeo quien no respeta las reglas del Estado de Derecho, quintaesencia de la civilización occidental. ¿O es que los independentistas también quieren salir de esa civilización?

La Tribuna de Albacete (19/09/2012)