Immanuel Kant, el gran filósofo de la
modernidad, escribió en 1795 un ensayo titulado “La paz perpetua”. A su
entender, si los hombres se guiaran por la “razón práctica” comprenderían que
la guerra no favorece a nadie. Hasta los conflictos religiosos se esfumarían
cuando la fe quedara subyugada a la razón. Un siglo después, el economista francosuizo,
Leon Walras se auto propuso para el premio Nobel de la paz tras demostrar matemáticamente
que el libre comercio internacional no es un juego de suma cero donde unos ganan
a costa de otros. Todos pueden beneficiarse simultáneamente de la prosperidad
económica. Las guerras por motivos económicos no tienen razón de ser.
El
siglo XX demostró la falacia de estas profecías. Dos guerras mundiales seguidas
de 40 años de guerra fría. La guerra caliente continúa hoy en todos los continentes.
En Europa, cerca de la ciudad de Kant, una guerra inesperada entre rusos y
ucranianos. En
África, los países más pobres se desangran en guerras civiles. En el Oriente
Próximo, un conflicto perenne entre árabes y judíos que hoy supura en Gaza. En
las tierras colindantes, los cristianos son masacrados en sus propias iglesias a
manos de musulmanes fanáticos. Por doquier, nacionalismos excluyentes que
alimentan el odio, fuente de todas las guerras.
El
error de la modernidad consistió en ignorar la naturaleza del ser humano, capaz
de lo mejor y lo peor. Olvidó la fragilidad de la razón y voluntad humanas, así
como la necesidad de educarlas en la familia, la escuela y las organizaciones.
Nadie es capaz de pensar correctamente cuando está enfadado. Tampoco actuaremos
con justicia y generosidad si nuestra única preocupación es aumentar el poder y
satisfacción personal. La paz perpetua es una quimera. El esfuerzo por cultivar
las semillas de la paz por métodos pacíficos, eso sí que debiera ocuparnos perpetuamente
a escala individual y social.
La Tribuna de Albacete (15/09/2025)