Tras la II Guerra Mundial, los “aliados” se reunieron en
Bretton Woods para organizar el sistema de pagos y finanzas internacionales. El
Plan Keynes apoyaba la creación de una divisa internacional (el bancor) gestionada
por un organismo independiente. El representante del Tesoro Americano, Mr. White,
consiguió imponer una plan creado a medida de sus intereses. La moneda internacional sería el dólar, si
bien EE.UU. se comprometía a canjear dólares por oro a un tipo fijo. ¡Puro
farol! Cuando, el general De Gaulle viajó desde Francia para que le cambiaran
sus reservas de dólares por oro, EE. UU. reconoció que no era factible y poco
después (1971) abolió la convertibilidad. El patrón oro llegaba a su fin.
El
privilegio económico más exorbitante de los EE.UU. ha consistido en poder pagar
en cualquier parte del mundo imprimiendo su propia divisa. Hasta el presente, la
sobreimpresión no le ha generado problemas de hiperinflación, pues son muchos
los países que desean atesorar en dólares sus reservas monetarias. Las cosas
están cambiando en el siglo XXI. El privilegio americano ha empezado a
erosionarse desde el momento que algunos prefieren monedas de países más
solventes como el euro o el yen. Cuando la ventaja monetaria desaparezca por completo,
EE.UU. comprenderá que no le queda más remedio que competir con el resto de
países mediante mejoras tecnológicas a las cuales van ligados salarios y
consumo. El aumento de aranceles que propone Trump parecerá, entonces, tan
ridículo como declarar una nueva guerra mundial enseñando los tirachinas.
Entendemos que, para acabar con este tipo de privilegios
monetarios, la solución consiste en introducir una criptomoneda controlada por
un organismo independiente que la proteja de hackeos, especulación y
manipulación política. Ese día, Keynes se levantaría de su tumba para afirmar:
“Algo parecido propuse yo en 1944”.
La Tribuna de Albacete (19/05/2025)