La ciencia económica nació a principios del siglo XIX con la demostración de que la Economía no es un juego de suma cero. Cuando una empresa o un país producen más y mejores bienes, no lo consiguen a costa del trabajo, o de las empresas competidoras o del resto de países. Todos pueden salir ganando. Los los ciudadanos y empresas del país importador disfrutarán de bienes de consumo y de capital mejores y más baratos. El equilibrio macroeconómico requerirá, eso sí, que esos países sean capaces de exportar los bienes y servicios sobre los que tienen algún tipo de ventaja comparativa. La competencia internacional les estimulará a ser más eficientes para conseguirlo. En eso consiste el progreso de las naciones.
Aunque la teoría clásica sobre las
ventajas del comercio internacional fue rápidamente aceptada por los
economistas de todas las escuelas, los políticos siguieron en sus trece: era
necesario proteger la industria nacional con prohibiciones y aranceles. No fue hasta 1947 cuando la comunidad
internacional organizó el GATT, un sistema de acuerdos arancelarios entre
naciones que habrían de generalizarse a todos los países y productos. A través del "principio
incondicional de la nación más favorecida”, cualquier país tenía derecho a que se
le aplicaran las ventajas concedidas a otros. Despacio, pero sin pausa, la
media de aranceles fue bajando en todo el mundo.
En 1995, el sistema de acuerdos
nacionales del GATT dio paso a un organismo internacional con fuerza para imponer
unos principios generales y resolver los posibles conflictos. Es la Organización
del Comercio Internacional, OMC.
La plena apertura al comercio
internacional sigue siendo difícil. Todos entienden, sin embargo, que salirse del sistema implicaría una renuncia a las muchas ventajas del comercio internacional. Temen,
además, que otros países reaccionen con represalias. Como las que generaron las
guerras comerciales de principios del siglo XX, antesala de las guerras
mundiales.
Así hasta que llegó, Mr. Trump.
La Tribuna de Albacete (21/'4/2025)